jueves, 7 de noviembre de 2013

6. TITÁN Y FUEGO



Hay historias que si no las vives, no se creen. Historias que parecen inventadas, cuentos locos que se narran con esmero. Son aquellas que cuantos más detalles acumulan, menos creíbles parecen. Historias que destilan el vapor de lo inverosímil. Como la que escuché de un desconocido artista con talento que prefirió quemar sus obras con tal de hacer algo grande, aunque fuera una hazaña anónima que compartiera noches de luna llena entre sustancias alucinógenas y asombrados admiradores. Gestos únicos, eternos, que se transmitirán durante generaciones, de los que se escribirán libros, canciones, poemas. Arte destruido que inventa, que inspira a otro arte que nace prescindible, que se sabe mejorado. Si mañana abandonáramos este mundo ¿Quién sabrá qué huella habrás dejado en vida? Vivir sin miedo, atreverse, escribir páginas que nadie leerá o que sólo leerá la persona a la que se lo entregaste, regalar tu fortuna a desconocidos, desaparecer, romper prejuicios, abandonar normas absurdas, desterrar a los protocolos de la buena educación e inventar nuevas costumbres. Es un placer que te llamen loco los que temen que les descubras lo que es vivir, mientras malgastan su tiempo en trabajos equivocados, en compromisos esclavos de lo correcto, en días que se suceden aburridos, programados por la vacía tiranía del “qué dirán”, afincados en la ironía de esforzarse heroicamente esperando tiempos mejores que les recompensen por su mudo sacrificio. Algunas personas acumulan experiencias que no podrán usar y se esforzarán por transmitirlas a otros aún a sabiendas de que tampoco podrán vivirlas y que lo harán con el disimulado afán del que pretende vivir en otros su vida soñada. He conocido a tipos así, que ignoran que nada estorba más, nada molesta más que el que te digan lo que debes hacer con tu vida. Son personas que pretenden hacerte sentir juzgado, como si tu existencia fuera propiedad de alguien ajeno a ti mismo. Lo intentarán. Intentarán, y con frecuencia lograrán, contaminarte con la idea de un ser, al que llamarán superior, hecho su medida y conveniencia, que se inventarán para sobornarte. Si el futuro te es afín, debes agradecérselo a ese hacedor que aquellos manipuladores invocan sin creérselo, pero que les otorga un sobornable poder sobre tu conciencia. Si el destino te es esquivo, son tus errores los causantes de tus males, por alejarte de la vida que te quieren imponer. Si además consiguen derrotarte, si terminas sucumbiendo y permaneces cerca de ellos, surgirá un movimiento de inercia social interesada – la que se arrima al bando más influyente, según convenga- y que te culpará por tu debilidad. Serás una isla entre dos mundos. Un mendigo en un país rico es un escombro, un pobre en un país pobre es un hombre libre. Y hasta eso quieren robarte, tu derecho para elegir ser tú mismo. Incluso el comunismo trata de alienar tu derecho a ser pobre libremente obligándote a serlo; como si no pudieras elegir otra opción. Despierta. Siempre hay otra opción. Viaja. Aprende. Reeduca. Si dejas de cuestionarte, dejará de pesarte que te cuestionen. Si esperas, pierdes el tiempo. Algunos hombres sabios aprenden demasiado tarde para ponerlo en práctica. Huye de la paradoja del que vive teorizando experiencias que deja como legado sin haber logrado vivirlas con éxito. Podrán contar muchas historias ciertas sobre John.P de las que no se ha sentido orgulloso. Pero, de todas ellas, lo que nadie podrá decir nunca es que no lo intentó. Gastará su vida apostando por el débil, ganando Karma en cada envite. Buscó a la mujer perfecta para el hombre que fue. John.P supo vivir eligiendo sin temor a la contracorriente. Uno sólo sabe si acertó cuando, para bien o para mal, la distancia le muestre el camino recorrido. Las certezas, a veces, duelen cuando no perduran. Lo cierto es que la verdad es más sencilla que las intuiciones, incluso que las apariencias. Por fin Jonh.P podría seguir su camino. Dejó una nota para su niña, su pequeña Bárbara, junto a un camafeo que perteneció a su madre. Y a Julia le dedicó un sencillo “Hasta la vuelta”. Regaló todo lo que le quedaba en su apartamento, los muebles, los discos de jazz, los libros, la ropa elegante, que no volvería a usar; su Olivetti, los restos de su improvisado laboratorio creativo; tan sólo se colgó la mochila que encontró en el desierto y una bolsa de lona con lo imprescindible. Se dirigió al puerto y se ofreció al capitán del carguero que le llevaría a Ceilán. Con el viajaban sus amigos, Marcus y Alejandro. Tres científicos haciendo un viaje único. Pasaban los días ayudando en lo que se podía y por las noches compartían historias con el capitán del carguero. 

Un tipo especial aquel lobo de mar llamado “Titán” y que formaba parte del decorado de la cubierta de mando igual que lo hacían los delfines que custodiaban la estela del barco. ¿Imaginas cómo debe ser una persona a la que apoden “Titán”? Trata de visualizarlo sin conocerle, sin que te hablen de él, sin verlo. Imagina además que el tipo se hace querer, que tiene imán, algo parecido a magia. ¿Le das forma ahora en tu cabeza? ¿Podrías describirlo? Si te dijeran que conoces a un “Titán” no pensarías en Esteban; y cuando le conocieras entenderías que su nombre parecía más una visión, un destino, que la manera que tenía su hermana de llamarle cuando era chico, allá en Montevideo, de donde eran ellos. Estebitan le llamaban sus viejos y la pequeña, con su hilo de voz infantil, tan solo acertaba a decirle “Titan”, así, con acento en la “i”. Lo que fue después en su vida no hizo sino confirmar que Esteban era un titán y se ganó el acento en la “a”. Destacó como uno de esos jóvenes artistas de los años treinta que vestían de talento todo lo que proponían. Tenía un aire místico. Quien quisiera oírle, podía hacerlo, pero nadie podía leerle. Llenaba terrazas primero, luego parques y logró hacerlo en teatros. Se ganaba bien la vida, primero con propinas, en adelante contratado. Su única condición era crear arte delante del público, arte que se llevaría consigo después de la actuación. Cantaba sus poemas, interpretaba sus relatos, pintaba cuadros que no vendía ni regalaba. Y todo lo hacía como quien se entretiene escribiendo mensajes en la arena, por el placer de hacerlo. No es que actuara en público, era mucho más, Titán creaba con público. Y era asombroso que levantara tanta expectación, que hubiera personas que pagaran por ver la inspiración trabajando. Eso es lo que no era imitable: su propuesta artística. Cuando acababa un lienzo, lo desmontaba del marco y lo colgaba en la pared de su apartamento. Tenía un mosaico enorme que nadie visitó. Eso le hacía único. Ningún otro artista se atrevió a tanto. Todo su arte se hacía en la calle y habitaba en privado, ajeno a todo el mundo. Así fue, al menos hasta que llego Paola. Ella fue su faro inesperado, su taller de melodías, su motivo para ser mejor; tanto la quiso que por ella empezó a poner por escrito sus relatos, sus canciones, su manera de entender el mundo. Lo hizo por ella, para ella. Y este Titán fue el mismo artista que quemó delante nuestro toda su obra, tras compartir su último dibujo, su último relato, su última canción; quien arrasó con todo su pasado artístico. Pintor, escritor, cantante y, ahora, capitán de barco. Ese día nos contó parte de su historia. La que solo se confiesa en raras ocasiones.

- Llevamos tres semanas desde que partimos del puerto de Barcelona y ya cruzamos el canal de Suez. En unos días llegaremos a Ceilán. Y ¿sabés una cosa? Por mi este viaje puede irse al carajo. Vosotros podés iros al carajo. El mundo entero lo puede hacer también. Decís que venís a hacer algo importante, a resolver un misterio o a descifrar un secreto. ¡Y me parece que tenés un trabajo de mierda!– Titán no dejaba de mirar al cielo mientras seguía hablando, con una botella de ron visitándole los labios a cada poco -.Tuve un hijo, ¿sabés? Hernán se llamaba, falleció hace tres años, mi mujer cayó en la tristeza, depresión, decían los doctores. Y yo me la pasaba en los bares, como si allá, pudiera encontrar a quien culpar de nuestra desgracia. Poco a poco me fui olvidando de mi vida, dejé de creer, dejé de crear y empecé a destruirme. Una noche agarré una trompa tremenda de la que no logro acordarme y cuyas secuelas aún me persiguen cual fantasma payaso riéndose de mí. Anduve bebiendo queriendo olvidar y lo hice con éxito. Según me contaron después, una linda mujer se apiadó de mi estado llevándome a casa. Todo según me contaron, sin que logre recordar ni una imagen, ni una palabra, sin poder ser testigo de aquel día. Según me contó mi mujer aparecí borracho con otra mujer en mi casa. ¿Podés imaginar el quilombo que se organizó? ¿Sólo un loco sería tan boludo? Me olvidé tanto de mi vida, que olvidé hasta que tenía pareja. Y nada de todo eso recuerdo. Y todo lo nuestro quedó en nada. Así logré ser inocente y culpable al tiempo. Acabé con mi vida aquel día. En realidad, tan solo rematé la faena, llevaba largo tiempo preparando ese desenlace. Y esta noche, esta noche le toca a mi obra ser destruida. Necesito hacerlo. Si nada valió, todo puede desaparecer – apuró un último trago de la botella al tiempo que encendía un cigarrillo y bajaba la mirada del cielo-.

John. P escuchaba como ausente, no aparentaba sentirse cómplice y próximo a la curiosa historia del capitán. Arribarían pronto a su destino. Poco imaginaban que ese viaje les sirvió de entrenamiento para cambiar el sentido de sus vidas. Marcus contemplaba el oscuro horizonte tratando de entender las razones que llevan a un hombre a la autodestrucción y esbozó una leve sonrisa irónica al recordar que hacían ese viaje para investigar los efectos que causaron las pruebas nucleares del pacífico sur unos años antes y la inesperada secuela que apareció en el barco a la deriva que debían analizar. La vida regala misteriosas coincidencias. Una noche de compleja autodestrucción guiando un viaje hacia la destrucción. Alejandro, desde su juventud, reparaba en el grupo emocionalmente herido y reflexionaba sobre si estaban tan preparados para esa misión como requería la empresa que les ocupaba. Pasaron unos minutos en silencio hasta que un ligero olor a humo les invadió, al principio era tenue y apenas perceptible y poco a poco se iba mezclando con un crepitar de madera. Al unísono se giraron los científicos hacia el lugar del drama. A unos metros de la popa ardían juntos, como una ecléctica y póstuma pieza de jazz, papeles amarillentos tatuados de palabras agonizantes, lienzos extirpados de sus marcos y una vieja guitarra. Delante de la pira se adivinaba la ambigua figura de Titán proyectando una estampa de metáfora que ninguno de los presentes podría olvidar. Dando la espalda a todo el arte que había creado durante años, el capitán se asomaba al mar, parecía andar buscando algo y semejaba estar despidiendo a alguien. El fuego crecía y la sensación de estar participando de un duelo privado les sumió en un estado próximo a la hipnosis. Parecían atrapados por la escena. John. P fue el primero en moverse, encontró una bebida apropiada para la ocasión. Llenó las copas para sus amigos y dejó otra en el suelo para cuando el capitán regresara, si es que lo hacía. Alzaron sus copas hacia la hoguera y brindaron por la obra maestra de Titán.

Continuará…