sábado, 12 de julio de 2014

La línea de la vida

Mi línea de la vida es demasiado corta, pero lo que me marcó, lo que me hizo pensar, más allá de lo que ella me dijera horas después de leerme la mano, fue la sensación que me acompañó cuando su único gesto hacia mi fue el de apretarme la cabeza con sus dedos y darme un beso en la frente. Mi línea de la vida es corta, demasiado, ahora lo se, aunque lo sospechaba desde hacía tiempo. He pasado los cuarenta, no tengo hijos, no tengo pareja, no valoro el dinero, tampoco tengo deudas, ni enfermedades y he logrado rodearme de buenos afectos sinceros en este tiempo, de recuperar el sentido de lo que es auténtico. Pero mi línea de la vida es breve, apenas un surco delgado, tenue, sinuoso, como si pretendiera simular una tímida y débil luna barriguda envuelta en piel. Ignoro qué es lo que lo que le movió a pedir que le mostrara mi mano ni qué vio cuando escrutó sorprendida los pliegues de mi palma. Probablemente estuviera actuando, el ambiente conspiraba hacia lo superficial, no había oportunidad para un melodrama. Celebrábamos la fiesta del fin del mundo, una de ellas, la última. La mujer que me leyó la palma de la mano vino acompañando a mi amiga Parola, se llamaba Maha y supuse que acudían como pareja; no se trataba de una simple sospecha apoyada en experiencias previas, sino que más bien se debía a que deseaba que fuera un hecho consumado el que esa chica fuera su pareja, con ese punto exótico,  que se que le atrae a mi amiga. Tal vez fuera árabe, ¿o podría ser hindú? ¿o se trataba de una broma de Parola? Porque ella es actriz, como podría haber sido psicóloga terapeuta o taxista en el Cairo o domadora de niños, porque no concibe dedicarse a vivir de algo que no le exija de usar su lúcida inteligencia, su fértil imaginación o su curiosidad feroz. Además de ser una gran y absolutamente desconocida actriz que vacuna con humor sutil cualquier conato de tensión que noten sus sensores de buen rollo, Parola es famosa por sus extravagancias. Es la única de mis amistades que ha formado parte de un reality de televisión, aunque procura evitar que se hable de ello. Nos conocimos una intensa tarde de otoño, uno de esos días raros en que aún sentía bajón, en los tiempos de recién divorciado, en esos días que necesitas que alguien te llame, que pueda notar que necesitas un abrazo, pero no tienes fuerza para tomar la iniciativa,  porque uno no es de los que pide, es de los que da. Y cuando una persona es así, de no pedir aunque necesite, como si bastara con desear algo para que se hiciera posible, y ese algo no llega, una persona así no se permite caer, lucha, porque sabe que los momentos malos son necesarios para aprender a disfrutar más de los buenos. Y esa tarde estaba en uno de esos días raros, sí,  en que me decían que estaba tirando la vida por la borda divorciándome, que pocos entendieron que me estaba apagando en una cómoda y anestesiada existencia enferma de inercia, de un esto es lo que hay. Esos días que salía a pasear por Madrid, sin más rumbo que dejarme guiar por rincones que veía con ojos nuevos, pausados. Esos días en que no quería llorar, ni estar triste, con tal de no dar la razón a los que me decían que sufriría, que estaría triste. Empezó a chispear cuando estaba cerca de la plaza del dos de Mayo, agradecí que fuera el cielo quien llorara por mi, en ocasiones pienso que es un aliado, porque esas gotas me hicieron entrar en un local en el cual, por casualidad vi que anunciaban obras de microteatro. Había oído hablar que eran obras breves en espacios diminutos. Y pregunté si me recomendaban alguna obra en especial. Había cinco salas, más bien eran habitaciones como pude comprobar después. Cabían apenas nueve personas de pie en cada sala. Y vi un cartel que anunciaba una obra llamada los estados del amor y allí que fui, Fue entonces cuando vi por primera vez a Parola, ella estaba vestida con un espectacular camisón transparente, con su cuerpo estirado, las piernas bien juntas, los brazos caídos con elegancia rozando su silueta, tan sólo con ligeros movimientos en su cara y en su cuerpo, sin emitir una sola palabra, mientras sonaba una versión del "a case of you" de Joni Mitchell interpretado por la camaleónica y sensible voz de James Blake. El ambiente estaba poseído por una atmósfera de emoción contenida..."justo antes de que nuestro amor se perdiera dijiste: soy tan constante como la estrella del norte"... Y ella me miró a los ojos como quien clavara su bandera en un planeta deshabitado... "Si me quieres estaré en el bar, en el dorso de un posavasos dibujé un mapa de Canadá con tu cara esbozada dos veces". Mi mente volaba hechizada a través de sus pupilas, buscando un faro que prometiera el hogar deseado,  escuchando, sintiendo, observando con la deriva a cuestas... "el amor son las almas tocándose". Y temblé en silencio, con la respiración contenida porque sabía que nunca había estado enamorado como decía esa canción y ella, parada, con movimientos suaves como rumores perfectos tatuándole verdades al aire me recordaba lo que no quería saber, que no había amado aún... "Me encontré a una mujer, conocía tu vida, conocía tus demonios y tus hazañas y me dijo: ve hacia él, quédate con él si puedes, pero prepárate a sangrar"... La voz latía al compás de su camisón, explorando, viajando por los inciertos mundos posibles que habitaban en la memoria de los que allí estábamos presentes... "Pero estás en mi sangre, eres mi vino, tan amargo y tan dulce, podría beberme una caja entera de ti, cariño, y todavía me mantendría en pie". Al acabar la canción, cuando se estrenaron los primeros aplausos, ella sonrió con la timidez del que ha sido travieso sin serlo habitualmente y me acerqué a darle las gracias por aquel regalo que acababa de desenvolver, sin sospechar lo que bullía en mi interior.  Me llamo Pablo, le dije. Encantada, Pablo, yo soy Amparo, aunque todos me llaman Parola. Así fue nuestro primer encuentro. Y ahí empezamos a hablar, porque me gustan las personas que no te dejan indiferente. De eso hace cuatro años. Parola es ahora mi mejor amiga, mi confidente, la que me enseñó que juzgar es el privilegio de los temerosos, que del temor también se aprende y que la tolerancia es un idioma, no una palabra. Esa noche, en la que aprendí que había sido valiente apostando por un incierto futuro en lugar de un plácido futuro desapasionado, salimos por Chueca hasta cerrar el "Why not". Allí trabajaba su chica de entonces, no recuerdo su nombre, pero sí que era de Sierra Leona, y eso no se olvida fácilmente, las primeras veces no son fáciles de olvidar. Parola no había cruzado ninguna frontera en su vida, pero de las parejas que he conocido de ella, tan solo una había nacido en Madrid, las demás eran nacidas o en países discretos, de los que se oye hablar poco, o en lugares intensos, de los que no saben de desidias. Aún no le he preguntado el motivo por el que no repite nacionalidad en sus relaciones. Por eso cuando le pregunté a Maha de dónde era, sospeché que era su pareja. De El Cairo, respondió. Dijo El Cairo y no Egipto, y agradecí que no fuera de la capital de Bután porque me hubiera costado ubicarla. Recuerdo que pensé que por algún motivo a algunas personas les resulta más natural decir que son de su ciudad antes que de su país. Y Maha había nacido en El Cairo y, según decía, tenía el don de leer la mano, aunque su madre era la verdadera institución en la materia y ella se ganara la vida dando clases de árabe. Imaginaba a Parola, tan divertida ella, tan de sorprenderse por todo, dejarse seducir por los embrujos de Sherezade cada vez que estaba con Maha. Los invitados seguían festejando que los mayas tampoco estaban en lo cierto con su teoría del fin del mundo. Curiosa celebración, por cierto, está de más decirlo. No hay década que no suceda una advertencia que recuerde lo efímero de nuestra existencia. y tampoco hay ocasión en que, a pesar de intuir  que la hecatombe es falsa, me plantee el que alguna vez alguien acertará. Supongo que cuando una vida se apaga, algo del fin del mundo se hizo cierto. Al menos para ese humano. Cuando algún ser querido se va, el consuelo pierde capacidad de influencia a pesar de lo que suele creerse. Si te ha pasado, entenderás mejor de lo que hablo, porque me costaría explicarlo. El dolor de una pérdida es tan personal que no importa lo que nadie te diga. Conocemos los protocolos, frases hechas, sin duda cargadas de buenas intenciones. No suele faltar quien te diga que "la vida sigue". Y uno no puede evitar asentir tristemente, porque es verdad, la vida sigue, solo que lo hace en minúscula.
Me pregunto si realmente existe la habilidad de leer la palma de la mano. Confirmo mi ignorancia sobre este asunto, como del de muchos otros. Probablemente por ese motivo me atraiga el tema. La ignorancia es amiga de la imaginación. Al ver mi mano, Maha me abrazó, ¿por qué razón lo haría? recuerdo que la debí mirar extrañado, sin sentirme ofendido, como mucho, algo intrigado. Ella amagó un divertido gesto de reproche apretándome la sien con sus pulgares, pero se quedó en eso, en tentativa, porque usó sus manos frías y morenas para sujetarme la cabeza. ¿No vas a decirme nada? pregunté. Luego, respondió, alejándose. Era sábado, veintidós de Diciembre de 2012. El día después del solsticio que provocaría el fin del mundo, según los mayas. Tenía todo el sentido celebrar que realmente no hubieran acertado. Aunque en teoría, según algunos intérpretes, representaba el comienzo de una nueva era de transformación espiritual. No dejo de no comprender que para ese dato haya fijada una fecha exacta, como si el sumarle vehemencia a una hipótesis le aportara más credibilidad. Me pareció oportuno el celebrar que si el fin del mundo se acercaba, habría que celebrar una bonita despedida. Y claro, uno debe ser prudente e incluso creativo para evitar caer en el error con un acontecimiento tan transcendente, así que cuestioné la posible veracidad del calendario maya para una proyección tan antigua, que a lo mejor algún bisiesto les pudo bailar en sus cálculos, así que en vez de celebrar la fiesta en viernes, el día del fatídico solsticio, propuse hacerlo la víspera. Añadiendo la salomónica decisión de hacer dos fiestas más en días sucesivos. Ignoro si este dato podría leerse también en la palma de mi mano. Si ese don existiera, el de leer el pasado y futuro, querría no tenerlo. Además me supondría un conflicto de creencias porque soy de la opinión de que el destino no existe. Cada vez que escucho a alguien comentar frases como el que "este chico está destinado a hacer grandes cosas" o "eso lo ha pasado porque tenía que ser así", algo se revuelve dentro de mi. Y lo hace, no por la persona que lo diga, sino porque es una creencia impuesta que los que la defienden se niegan a cuestionarla como si fuera una verdad absoluta de la que tengan alguna evidencia que yo no puedo ver y, por ese motivo, tengan cierto derecho, lo usen o no, a sentirse superiores al saber algo que otros no sabemos. Desde muy joven he defendido que el lenguaje no es inocente. Y la educación que se les da a los niños conduce a instalar semillas de prejuicios en nuestros cerebros que son difíciles de ser cuestionados de mayores. Los niños son sobornables e influenciables afectivamente desde que nacen. Se les ríe, anima y premia con palabras de aliento, por cada avance, por cada aprendizaje imitativo que se les estimula, impone o sugiere. Cada vez que unos padres escuchan en un hilo de voz de su hijo decir por primera vez "mamá, papá", el niño aprende que cada vez que lo dice brota un estallido de alegría y atenciones. Lo que el niño no aprende cuando crece es que se le reproche al poco tiempo que hable como un loro cuando repite cada palabra nueva que descubre y se desilusiona porque ahora es más listo, habla mejor y se le considera menos. Por esta razón me parece de justicia que los niños instintivamente traten de sobornar e influenciar a sus mayores. Son las reglas del juego que se les ha enseñado. Está en su normal desarrollo el aprender a jugar. El problema es de los adultos si olvidaron las reglas del juego. Si desde que nacemos alguien tomara nota de lo aprendido, si esa persona pudiera leer al hacerse mayor lo vivido, lo sentido, todo lo que le ha ido condicionando durante años para ser como es ahora, resultaría posible que se fuera capaz de comprender mejor el valor de lo que significa olvidar y perdonar. A medida que sumamos edad, representamos la facultad de olvidar lo más reciente y recordar lo más antiguo. Cada experiencia posee su propio viaje en el tiempo. Aquella última fiesta del fin del mundo, por ejemplo, siendo interrogado por una egipcia desconocida a la que le desnudé mi mano, también evocó una tarde de más de veinte años atrás, en la que me leyeron la mano por primera vez. La reciente esposa de un amigo de mis padres había asistido, y desconozco si superado, un curso de quiromancia. Queriendo demostrar sus recientes conocimientos pidió que extendiera mi mano izquierda. No tardó en captar la atención de toda la familia, lo que supongo era su intención. Mis hermanos trataban de desviarla de su misión con comentarios jocosos. No logro recordar quien, haciéndose el entendido, le preguntó a la buena mujer por la línea de la vida, la que nace entre el pulgar y el índice y baja hasta la muñeca pasando por lo que se conoce como monte de Venus, la que se supone que habla de la vida y la longevidad. Y allí estaba yo, con mis apenas veinte años y más ingenuidad de lo conveniente para esa edad, con la palma expectante hacia arriba, esperando a ser convenientemente descifrada. Creo que fue mi hermano mayor quien lo dijo primero. Tío ¿esa es tu línea de la vida? ¡qué corta la tienes! Todos rieron menos yo, que me limitaba a sonreír. Estarás hablando de su mano, ¿verdad? Añadió mi padre, bromeando con su ironía habitual. Claro, claro, sino habría dicho pequeña. Todos rieron aún más. Mi madre portó la bandera de la conciliación, tan suya, la del ¿estos chicos cuando madurarán? Y la buena y reciente esposa del amigo de mis padres seguía con su protagonismo debilitado sujetando aún mi mano anhelante, la misma que suplicaba que se obrara un pequeño milagro. Esperaba que alguien dijera algo así como: un momento, que tengo una duda, ¿si Pablo es zurdo, la línea de la vida no tendría que estar en su mano derecha? Y esa observación por si sola podría desviar la atención de nuevo a la protagonista de la idea. Y ésta, tal vez, reconocería que desconoce ese punto, que en su curso de quiromancia nadie era zurdo. Esa ocurrencia me hizo girar la palma de mi mano derecha bien despacio. Lo que allí vi me agradó más. Una fina media luna, algo más larga que la curva de la breve luna incompleta de mi mano izquierda, se acercaba, sin llegar a atravesarla, a una fina línea central que avanzaba firme desde la muñeca al corazón de la mano. Por entonces, como ahora, no sabía si eso era bueno o malo. Lo cierto de esta historia es que la posibilidad de que, como zurdo que era,  la línea de la vida estuviera en mi mano diestra ayudó a que me relajara y volviera al mundo de las bromas familiares. No recuerdo más de aquella velada, sólo que ha viajado en el tiempo para mi, desde la memoria hasta la  última fiesta del fin del mundo, la que anunciaba su fin como fiesta. Los invitados iban marchando y unos pocos, los más íntimos, se hacían fuertes en el afán de exprimir la noche. Fue Parola quien me dijo: Pablo, toca una pieza al piano, por favor. Ella sabía que no me gusta demasiado tocar cuando hay muchas personas y me pareció una petición oportuna y coherente con la velada que estábamos disfrutando. Además la vida es corta, eso se dice, y mi mano parece querer recordármelo. Los dedos saben hablar un idioma que todo el mundo entiende, también saben escuchar cuando se hace el silencio. Me animé a tocar, junto a la luz de una velas que flanqueaban cada extremo del piano, la primera canción que compuse en la época que no sabía de fines del mundo, ni quiromancia, ni líneas de la vida. Cuando acabé, Maha se acercó y me susurró al oído: Pablo, tú no eres de este mundo. Y me dio un beso en la mejilla. Me limité a sonreír sin entender. Me gustó. Me hizo pensar. ¿Por qué dices eso? pregunté. Porque tienes un mundo en tu cabeza al que tienes prisionero y no le dejas salir, respondió. Seguía sin entender pero volví a sonreír. Los últimos amigos anunciaron su marcha. Mañana será otro día, los mayas erraron, pensé.  O tal vez no, tal vez acertaran ayudándome a descubrir que hay un mundo dentro de nosotros que podría ser el comienzo de una vida mejor.  Pronto hará dos años que volví a recordar que mi línea de la vida es demasiado corta. En dos años puede que las personas no cambien, pero su vida sí. Me pregunto si eso ya lo sabía mi mano o se podría leer entre líneas. Lo cierto es que algo ha cambiado, he vuelto a escuchar aquella canción con la que conocí a Parola y ha sido otro viaje en el tiempo, diferente eso sí, cerré los ojos... "El amor son las almas tocándose"... Ya no era el mismo de hace cuatro años, era mejor. En ese tiempo pueden suceder muchas cosas, pero fue en unas horas cuando surgió todo. Anoche me preguntó Parola: Pablo, si te hubieran dicho que dolería ¿habrías amado?...

jueves, 7 de noviembre de 2013

6. TITÁN Y FUEGO



Hay historias que si no las vives, no se creen. Historias que parecen inventadas, cuentos locos que se narran con esmero. Son aquellas que cuantos más detalles acumulan, menos creíbles parecen. Historias que destilan el vapor de lo inverosímil. Como la que escuché de un desconocido artista con talento que prefirió quemar sus obras con tal de hacer algo grande, aunque fuera una hazaña anónima que compartiera noches de luna llena entre sustancias alucinógenas y asombrados admiradores. Gestos únicos, eternos, que se transmitirán durante generaciones, de los que se escribirán libros, canciones, poemas. Arte destruido que inventa, que inspira a otro arte que nace prescindible, que se sabe mejorado. Si mañana abandonáramos este mundo ¿Quién sabrá qué huella habrás dejado en vida? Vivir sin miedo, atreverse, escribir páginas que nadie leerá o que sólo leerá la persona a la que se lo entregaste, regalar tu fortuna a desconocidos, desaparecer, romper prejuicios, abandonar normas absurdas, desterrar a los protocolos de la buena educación e inventar nuevas costumbres. Es un placer que te llamen loco los que temen que les descubras lo que es vivir, mientras malgastan su tiempo en trabajos equivocados, en compromisos esclavos de lo correcto, en días que se suceden aburridos, programados por la vacía tiranía del “qué dirán”, afincados en la ironía de esforzarse heroicamente esperando tiempos mejores que les recompensen por su mudo sacrificio. Algunas personas acumulan experiencias que no podrán usar y se esforzarán por transmitirlas a otros aún a sabiendas de que tampoco podrán vivirlas y que lo harán con el disimulado afán del que pretende vivir en otros su vida soñada. He conocido a tipos así, que ignoran que nada estorba más, nada molesta más que el que te digan lo que debes hacer con tu vida. Son personas que pretenden hacerte sentir juzgado, como si tu existencia fuera propiedad de alguien ajeno a ti mismo. Lo intentarán. Intentarán, y con frecuencia lograrán, contaminarte con la idea de un ser, al que llamarán superior, hecho su medida y conveniencia, que se inventarán para sobornarte. Si el futuro te es afín, debes agradecérselo a ese hacedor que aquellos manipuladores invocan sin creérselo, pero que les otorga un sobornable poder sobre tu conciencia. Si el destino te es esquivo, son tus errores los causantes de tus males, por alejarte de la vida que te quieren imponer. Si además consiguen derrotarte, si terminas sucumbiendo y permaneces cerca de ellos, surgirá un movimiento de inercia social interesada – la que se arrima al bando más influyente, según convenga- y que te culpará por tu debilidad. Serás una isla entre dos mundos. Un mendigo en un país rico es un escombro, un pobre en un país pobre es un hombre libre. Y hasta eso quieren robarte, tu derecho para elegir ser tú mismo. Incluso el comunismo trata de alienar tu derecho a ser pobre libremente obligándote a serlo; como si no pudieras elegir otra opción. Despierta. Siempre hay otra opción. Viaja. Aprende. Reeduca. Si dejas de cuestionarte, dejará de pesarte que te cuestionen. Si esperas, pierdes el tiempo. Algunos hombres sabios aprenden demasiado tarde para ponerlo en práctica. Huye de la paradoja del que vive teorizando experiencias que deja como legado sin haber logrado vivirlas con éxito. Podrán contar muchas historias ciertas sobre John.P de las que no se ha sentido orgulloso. Pero, de todas ellas, lo que nadie podrá decir nunca es que no lo intentó. Gastará su vida apostando por el débil, ganando Karma en cada envite. Buscó a la mujer perfecta para el hombre que fue. John.P supo vivir eligiendo sin temor a la contracorriente. Uno sólo sabe si acertó cuando, para bien o para mal, la distancia le muestre el camino recorrido. Las certezas, a veces, duelen cuando no perduran. Lo cierto es que la verdad es más sencilla que las intuiciones, incluso que las apariencias. Por fin Jonh.P podría seguir su camino. Dejó una nota para su niña, su pequeña Bárbara, junto a un camafeo que perteneció a su madre. Y a Julia le dedicó un sencillo “Hasta la vuelta”. Regaló todo lo que le quedaba en su apartamento, los muebles, los discos de jazz, los libros, la ropa elegante, que no volvería a usar; su Olivetti, los restos de su improvisado laboratorio creativo; tan sólo se colgó la mochila que encontró en el desierto y una bolsa de lona con lo imprescindible. Se dirigió al puerto y se ofreció al capitán del carguero que le llevaría a Ceilán. Con el viajaban sus amigos, Marcus y Alejandro. Tres científicos haciendo un viaje único. Pasaban los días ayudando en lo que se podía y por las noches compartían historias con el capitán del carguero. 

Un tipo especial aquel lobo de mar llamado “Titán” y que formaba parte del decorado de la cubierta de mando igual que lo hacían los delfines que custodiaban la estela del barco. ¿Imaginas cómo debe ser una persona a la que apoden “Titán”? Trata de visualizarlo sin conocerle, sin que te hablen de él, sin verlo. Imagina además que el tipo se hace querer, que tiene imán, algo parecido a magia. ¿Le das forma ahora en tu cabeza? ¿Podrías describirlo? Si te dijeran que conoces a un “Titán” no pensarías en Esteban; y cuando le conocieras entenderías que su nombre parecía más una visión, un destino, que la manera que tenía su hermana de llamarle cuando era chico, allá en Montevideo, de donde eran ellos. Estebitan le llamaban sus viejos y la pequeña, con su hilo de voz infantil, tan solo acertaba a decirle “Titan”, así, con acento en la “i”. Lo que fue después en su vida no hizo sino confirmar que Esteban era un titán y se ganó el acento en la “a”. Destacó como uno de esos jóvenes artistas de los años treinta que vestían de talento todo lo que proponían. Tenía un aire místico. Quien quisiera oírle, podía hacerlo, pero nadie podía leerle. Llenaba terrazas primero, luego parques y logró hacerlo en teatros. Se ganaba bien la vida, primero con propinas, en adelante contratado. Su única condición era crear arte delante del público, arte que se llevaría consigo después de la actuación. Cantaba sus poemas, interpretaba sus relatos, pintaba cuadros que no vendía ni regalaba. Y todo lo hacía como quien se entretiene escribiendo mensajes en la arena, por el placer de hacerlo. No es que actuara en público, era mucho más, Titán creaba con público. Y era asombroso que levantara tanta expectación, que hubiera personas que pagaran por ver la inspiración trabajando. Eso es lo que no era imitable: su propuesta artística. Cuando acababa un lienzo, lo desmontaba del marco y lo colgaba en la pared de su apartamento. Tenía un mosaico enorme que nadie visitó. Eso le hacía único. Ningún otro artista se atrevió a tanto. Todo su arte se hacía en la calle y habitaba en privado, ajeno a todo el mundo. Así fue, al menos hasta que llego Paola. Ella fue su faro inesperado, su taller de melodías, su motivo para ser mejor; tanto la quiso que por ella empezó a poner por escrito sus relatos, sus canciones, su manera de entender el mundo. Lo hizo por ella, para ella. Y este Titán fue el mismo artista que quemó delante nuestro toda su obra, tras compartir su último dibujo, su último relato, su última canción; quien arrasó con todo su pasado artístico. Pintor, escritor, cantante y, ahora, capitán de barco. Ese día nos contó parte de su historia. La que solo se confiesa en raras ocasiones.

- Llevamos tres semanas desde que partimos del puerto de Barcelona y ya cruzamos el canal de Suez. En unos días llegaremos a Ceilán. Y ¿sabés una cosa? Por mi este viaje puede irse al carajo. Vosotros podés iros al carajo. El mundo entero lo puede hacer también. Decís que venís a hacer algo importante, a resolver un misterio o a descifrar un secreto. ¡Y me parece que tenés un trabajo de mierda!– Titán no dejaba de mirar al cielo mientras seguía hablando, con una botella de ron visitándole los labios a cada poco -.Tuve un hijo, ¿sabés? Hernán se llamaba, falleció hace tres años, mi mujer cayó en la tristeza, depresión, decían los doctores. Y yo me la pasaba en los bares, como si allá, pudiera encontrar a quien culpar de nuestra desgracia. Poco a poco me fui olvidando de mi vida, dejé de creer, dejé de crear y empecé a destruirme. Una noche agarré una trompa tremenda de la que no logro acordarme y cuyas secuelas aún me persiguen cual fantasma payaso riéndose de mí. Anduve bebiendo queriendo olvidar y lo hice con éxito. Según me contaron después, una linda mujer se apiadó de mi estado llevándome a casa. Todo según me contaron, sin que logre recordar ni una imagen, ni una palabra, sin poder ser testigo de aquel día. Según me contó mi mujer aparecí borracho con otra mujer en mi casa. ¿Podés imaginar el quilombo que se organizó? ¿Sólo un loco sería tan boludo? Me olvidé tanto de mi vida, que olvidé hasta que tenía pareja. Y nada de todo eso recuerdo. Y todo lo nuestro quedó en nada. Así logré ser inocente y culpable al tiempo. Acabé con mi vida aquel día. En realidad, tan solo rematé la faena, llevaba largo tiempo preparando ese desenlace. Y esta noche, esta noche le toca a mi obra ser destruida. Necesito hacerlo. Si nada valió, todo puede desaparecer – apuró un último trago de la botella al tiempo que encendía un cigarrillo y bajaba la mirada del cielo-.

John. P escuchaba como ausente, no aparentaba sentirse cómplice y próximo a la curiosa historia del capitán. Arribarían pronto a su destino. Poco imaginaban que ese viaje les sirvió de entrenamiento para cambiar el sentido de sus vidas. Marcus contemplaba el oscuro horizonte tratando de entender las razones que llevan a un hombre a la autodestrucción y esbozó una leve sonrisa irónica al recordar que hacían ese viaje para investigar los efectos que causaron las pruebas nucleares del pacífico sur unos años antes y la inesperada secuela que apareció en el barco a la deriva que debían analizar. La vida regala misteriosas coincidencias. Una noche de compleja autodestrucción guiando un viaje hacia la destrucción. Alejandro, desde su juventud, reparaba en el grupo emocionalmente herido y reflexionaba sobre si estaban tan preparados para esa misión como requería la empresa que les ocupaba. Pasaron unos minutos en silencio hasta que un ligero olor a humo les invadió, al principio era tenue y apenas perceptible y poco a poco se iba mezclando con un crepitar de madera. Al unísono se giraron los científicos hacia el lugar del drama. A unos metros de la popa ardían juntos, como una ecléctica y póstuma pieza de jazz, papeles amarillentos tatuados de palabras agonizantes, lienzos extirpados de sus marcos y una vieja guitarra. Delante de la pira se adivinaba la ambigua figura de Titán proyectando una estampa de metáfora que ninguno de los presentes podría olvidar. Dando la espalda a todo el arte que había creado durante años, el capitán se asomaba al mar, parecía andar buscando algo y semejaba estar despidiendo a alguien. El fuego crecía y la sensación de estar participando de un duelo privado les sumió en un estado próximo a la hipnosis. Parecían atrapados por la escena. John. P fue el primero en moverse, encontró una bebida apropiada para la ocasión. Llenó las copas para sus amigos y dejó otra en el suelo para cuando el capitán regresara, si es que lo hacía. Alzaron sus copas hacia la hoguera y brindaron por la obra maestra de Titán.

Continuará…

lunes, 15 de julio de 2013

5. SERENDIPIA Y ACCIÓN

Las verdades se mutilan en las mentes cobardes al igual que el orgullo de una buena decisión se eclipsa tras la luz de una mala idea bien disparada.


Tres hechos se dieron el 20 de diciembre de 1946. Nace la ilegítima bisnieta de Albert Einstein en Barcelona, su madre la llamó Bárbara, para que recordara que no es de este lugar, que su sitio aún está por descubrir; unas horas después James Stewart estrena en New York su primera película desde que volviera de la guerra, la que pensaba que no iba a estar a la altura de interpretar y que finalmente tuvo una fría acogida de público sin ganar ninguno de los cinco Oscar a los que fue nominada, la película se llamaba “Qué bello es vivir” y tuvieron que pasar algunos años para que su director, Frank Capra, fuera reconocido por esta entrañable historia en tiempos convulsos; ese mismo día al sur de Japón tiene lugar el primer tsunami controlado causado por pruebas nucleares en el pacífico, las noticias dirían que el origen fue un  terrible terremoto con el epicentro en Nankai, el cual provocó más de mil muertes. Los familiares de los desaparecidos llorarían su desgracia sin entender nunca la fatalidad de sus destinos y la Historia tardará décadas en atreverse a amortiguar su conciencia cuando se desvele la verdad de lo ocurrido diciendo que fue un desafortunado incidente, aunque ese día de arrepentimiento aún no ha llegado. Es curioso que se hable del efecto mariposa como la posibilidad de que un sencillo aleteo provoque un huracán y nadie comente las secuelas que originaron las pruebas nucleares en los fondos marinos después de la segunda guerra mundial. Ese año de 1946 nadie hablaba de las serendipias, de esa sucesión de acontecimientos casuales que provocaban descubrimientos inesperados; hasta entonces Serendib era un lugar, la antigua Ceilán, la actual Sri Lanka; pocos saben que Serendib era un nombre que aparecía en una curiosa fábula persa llamada “Los tres príncipes de Serendib”. En ese día de diciembre se reunieron los ingredientes de un coctel que daría la vuelta al mundo. Casi dos años después de ese 20 de diciembre, ya agotando el año 1.948, fue cuando Nicolás Petrius vio por primera vez la película de Frank Capra y decidió cambiar su nombre por el de Jonathan Paybell, ese mismo día a la salida del cine -y en este orden- tropezó y conoció a su hija Bárbara; y ese preciso día también le informaron al llegar a su hotel que debía marcharse la mañana siguiente a Ceilán, la antigua Serendib, para investigar unos restos que habían aparecido en un barco a la deriva, al parecer se trataba de un pesquero desaparecido dos años antes, después de un tsunami, cerca de un puerto al sur de Japón llamado Honshu y la carga que allí encontraron distaba mucho de ser pescado. Que todos estos acontecimientos se dieran a la vez podría parecer casual e incluso, tal vez, lo fuera. Lo cierto es que casi dos años después del incidente del tsunami en las costas de Japón, el estreno de “Qué bello es vivir” y el nacimiento de la bastarda bisnieta de Albert Einstein volvían a cruzarse todos los eventos con el añadido de que aparecía en escena Nicolás Petrius, hijo de Julia y Miklos Petrius, dos seres que se conocieron en un mundo en ruinas y que se amaron rompiendo cualquier convención social. Julia se quedó embarazada con 16 años y él ya rondaba los cuarenta. Miklos era el primogénito de una respetable familia Húngara y ella fue la hija que Milena y Albert Einstein tuvieron que dar en adopción tras quedarse embarazados fuera del matrimonio y sucumbir a las presiones de la influyente familia de Milena que llegaron hasta las últimas consecuencias. Milena era una mujer admirable que destacaba por su privilegiada inteligencia y nadie le permitió que tirara por tierra su prometedor futuro mezclando su talento con ese judío tan extraño que malgastaba su brillante formación trabajando en una firma de patentes. Aún así siguieron juntos a pesar de las desavenencias familiares y juntos crearon una familia y, de paso, la teoría de la relatividad, los demás descubrimientos científicos fueron exclusivos de Albert al quedar Milena relegada al papel de consorte; sumisión machista a la que jamás llegó a acostumbrarse, ni a ese rol ni a las infidelidades de su genial marido. Nunca supieron que su preciosa hija siguió viva, les hicieron creer que murió al poco de nacer. Y la pequeña Julia creció como una más de la familia de los Petrius a orillas del Danubio junto a una villa en el lado de Pest con vistas a Buda y al puente de las cadenas. Así fue hasta que estalló la Gran Guerra y todo cambió dramáticamente. Fue Miklos el primero que le salvó la vida a Julia, que apenas tenía quince años, cuando estuvo a punto de ser presa de los peores instintos de unos soldados borrachos y hambrientos una noche de luna ausente. Y después fue ella quien le salvó la vida cuando huían de su querida patria desmembrada una tarde de cielo triste. No se merecían ser juzgados por amarse con la pasión de almas que no saben de edades. Es verdad que él era mucho mayor que ella, tan verdad como que el horror que se vivía por toda Europa rompía cualquier vestigio de justicia moral para exigirles que no sucumbieran a la atracción que sentían el uno por el otro. Fue Miklos quien le confesó la historia de sus verdaderos padres y ella se entregó a él como si quisiera quemar su pasado vistiendo cada noche con el ardiente deseo de un mañana incierto. La muerte andaba al acecho y sus cuerpos invocaban a la vida cada nuevo amanecer. Así fue como concibieron a Nicolás. Y no solo le concibieron a él sino que urdieron un plan para acabar con la barbarie. Miklos y Julia compartían tanta inteligencia como pasión y juntos investigaron las nuevas formas de hacer la guerra con sustancias químicas. Se unieron a un grupo de científicos con los que compartían la activa necesidad de ser protagonistas y no comparsas. Sólo hallaron un problema y ese fue el viento. El aire no sopla a favor de ningún bando, es neutral.  Por ese motivo las primeras pruebas con guerra química causaron tantas bajas en ambos bandos y por ese motivo se dejaron de usar, salvo cuando se lanzaba desde esos nuevos artilugios que surcaban el cielo con su ruido infernal. Lo que idearon el grupo de científicos fue más allá de su propósito inicial. Intentaron encontrar un antídoto que les protegiera de los efectos de las sustancias químicas pero no siempre los planes salen como uno desea. Ese fue el motivo que hizo que Miklos se contaminara y por esa razón murió. La joven Julia, con apenas diecisiete años recién cumplidos y un pequeño en su regazo se volvía a encontrar desamparada. Nicolás tuvo una infancia poco común, pero esa es otra historia que tiempo habrá para ser contada. Con el tiempo Nicolás conoció la historia de sus ya famosos abuelos a los que nunca perdonó que abandonaran a su madre, a ella, su valiente madre que supo luchar contra cualquier falsa moral y prejuicios perversos. Nicolás creció tan inteligente como rebelde y esa mezcla le animó a combatir por causas que él creía afines a sus apasionados ideales. Pronto aprendería decepcionado como cualquier ideal que se imponga por la violencia es aplastado por su propia violencia. Eso le pasó en España apoyando al débil bando republicano. Allí conoció a una hermosa joven catalana de la que se enamoró nada más oírla pronunciar su nombre: “Lucía”; lo pronunciaba con tanta gracia que sus letras parecían bailar en sus labios... “Lucía”. Terminó la guerra y Nicolás tuvo que huir. Quiso que ella le siguiera pero no hubo manera de hacerla abandonar su país, decía que si se iban todos los que tenían memoria no quedaría nadie que les recordara lo que había pasado a los que vinieran después. Así Nicolás marchó a proseguir sus eternamente interrumpidos estudios de física en Lausana. Poco a poco la Alemania Nazi se hacía imparable y volvieron a latir por sus venas unas rabiosas energías que no sabía definir, como si la muerte de su padre, Miklos, en la cama de un hospital armenio, lejos de su casa, a  cientos de kilometros de todo lo que le recordara un final feliz le reclamara una deuda de honor. Tal vez lleve en su sangre la necesidad de ir a lugares remotos cuando siente dolor en su corazón. Así llegó al desierto y así llegué yo a él, como por azar, los dados nos fueron favorables y cayeron del lado de la flor; así definen los árabes al azar, como la flor de la suerte dibujada en una taba. El azar quiso que la flor de nuestra suerte fuera la flor de lis y así fuimos a Francia a unirnos a la resistencia. Esta vez si ganamos y le pareció la mejor manera de celebrarlo el regresar a Barcelona a reencontrarse con Lucía. En el camino dejó buenos amigos y muchas historias. Pisó el puerto para celebrar la entrada del nuevo año de 1.946. Buscó trabajo primero como traductor, luego como profesor y finalmente como físico para un laboratorio alemán que acababa de instalarse a las afueras de la ciudad. En apenas dos meses había progresado  bastante. Fue cuando salió a celebrar su éxito que la vio, junto a la barra de un bar del barrio gótico, aún más hermosa, con el pelo teñido de pelirrojo y los labios de un carmesí que trataban de disimular su fracaso como quien lleva un antifaz para no ser reconocido. No ganó su revolución, ni su memoria valía para recordarle nada a los vencidos. Lo primero que sintió al verla fue compasión y decidió inundar esa sensación de un trago para ahogar la pena en el fondo de su copa. Él se acercó a traición, por la espalda, y le susurró al oído un “Lucía” con olor a malta, ella se giró al instante como quien acabara de escuchar a un fantasma. No hubo preguntas, no hubo palabras, tan solo roces que sabían a “gracias” y una mirada que reclamaba lágrimas. El la besó y ella le tatuó su mano en la cara de una bofetada. Él se palpó la cara como quien quisiera memorizar el tacto violento del aplauso impar en su mejilla y ella se avergonzó enseguida dibujando un abrazo largo, intenso, irreprochable. Esa noche hicieron el amor y sus cuerpos parecían inventar tangos y milongas. Esa noche fue su primera última noche hasta que se volvieron encontrar a la salida de un cine, casi tres años después una tarde de diciembre y tropezaron, él con el carrito que llevaba a su hija, a la pequeña Bárbara y ella tropezó con su amor imposible. Él aún tenía el corazón encogido por ver a James Stewart haciendo sonar una campana que hiciera que un ángel se ganara las alas y tropezó con su pequeña antes de saber que era suya. Lucía ahora estaba casada, con un buen hombre, decía. Y en cada explicación que ella daba él escuchaba el lejano rugir de una marcha fúnebre. Les acompañó a su casa y se despidió de Bárbara con un beso y un “hasta la vuelta, mi niña”. Esa noche fue al mismo bar del barrio gótico donde se reencontró con Lucía, lo que quedaba de ella y ahogó en wiskis a Nicolás Petrius y bautizó con ginebras a Jonathan Paybell. Jonatan es nombre hebreo que significa “el don de Dios”, quiso ponerle una “h” para que sonara anglosajón y Paybell era una manera de recordar que tenía una nueva misón a la que dedicar su vida: “Comprar campanas”, que los ángeles, como Bárbara, se ganen sus alas haciendo sonar campanas, al igual que el ángel que le salvó la vida a James Stewart en “Qué bello es vivir”
Jonathan se levantó temprano, apenas llevaba más equipaje que una bolsa de lona y esta vieja mochila que te cuenta historias que no leerás en los libros, que no oirás por las calles y que son tan verdad como el contaminado aire que respiras.
Al llegar al puerto de Barcelona le esperaban dos viejos amigos con los que coincidió al entrar a colaborar con el bando republicano durante la Guerra Civil española y después con la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial: Marcus Colombo, un simpático suizo de origen escandinavo al que Jonathan le tenía en gran estima y Alejandro Castiella, el hombre con la inteligencia más intuitiva que había conocido y al que había llevado a trabajar con él al laboratorio alemán en el que pasó los últimos años en Barcelona. El abrazo que se dieron al verse compensó las penalidades por las que habían tenido que pasar durante todo este tiempo.
- Marcus, veo que los excesos empiezan a acomodarse en tu barriga - comentó Jonathan.
- A la misma velocidad que tu frente se aproxima a tu culo, amigo - Y la carcajada de ambos acabo por contagiar a Alejandro, que seguía sumido en su timidez, como hacía cada vez que se encontraba con alguien que hacía tiempo que no veía.
- Me alegra verte, Nicolás, te veo bien.
- ¿No estarás tratando de seducirme? Mira que vamos a pasar mucho tiempo juntos en aquella bañera - señaló al barco que les guiaría a su destino - y no se si podré resistirme a tus encantos, granuja - bromeó guiñándole un ojo y acercándose a darle un sonoro beso en cada sonrosado moflete.

Cualquiera que viera la escena pensaría en una reunión de estibadores borrachos apunto de empezar una juerga. Y esa es la imagen que pretendían dar para no levantar sospechas. La de buenos camaradas que se encuentran compartiendo hazañas en la barra de la taberna más próxima.

- Por cierto, ya no me llamo Nicolás. Ahora me llamo Jonathan Paybell. Para vosotros, Sr. Paybell.
- Se veía venir - dijo el grandullón de Marcus - era cuestión de tiempo que tanto sol acabara por trastornarte. Desde que volviste de Africa no eres el mismo, primero lo de esa mochila que no sueltas como si tu vida dependiera de ella. ¿Acaso piensas que tendrás el mismo final que su último dueño si la abandonas? ¿Estará maldita? Ja, Nicolás, Jonathan o Sr. Regadera, como sea que quieres llamarte. Me da igual, si te haces mariquita, te das a la locura o me escribes un poema. Debes saber que siempre seré tu amigo, loco. También me alegra verte. Tenemos mucho que contarnos. Tú también, tarado de pacotilla - gritó al tímido de Alex-. Esta noche brindaremos y mañana será otro día, que el mundo seguirá cuando nosotros no estemos. 
- Si que tenemos mucho que contarnos, viejo. El mundo ha cambiado tanto que a veces uno cambia de bando sin saberlo.

Alejandro les escuchaba con la sonrisa cada vez más relajada mientras observaba el cascarón al que iban a embarcar rumbo al índico y que tenía por nombre Simbad. El mismo del que hablaba Scherezade para salvar su vida en sus cuentos de las mil y una noches. Simbad hizo siete viajes y el sexto, el más épico le llevó a la isla de Serendib donde naufragó y fue salvado por su rey, que le trató como a un hijo. Ellos harían ese viaje mil años después y no saben si naufragarán como Simbad o reinventarán la historia persa siendo los nuevos tres republicanos de serendib...

Continuará...


sábado, 15 de junio de 2013

4. ARDER Y NACER



Debo confesarte la verdad de una historia antigua antes de hablarte del Proyecto Paybell. Se trata de uno de esos cuentos que cobran realidad cuando sus protagonistas no están para confirmarlos.  Jonathan Paybell no es el verdadero nombre de mi auténtico amo, el que me dio la oportunidad de conocer historias como las que  te voy a relatar. Jonathan fue extraordinario, un hombre auténtico. Me gusta ver que algo de él hay en Juan. Es una inspiración el que no todo esté en los genes, es fascinante que la pasión pueda contagiarse y eso es lo que ocurrió con el Proyecto Paybell. Iré al grano. Jonathan no es británico, se crió allí pero no era británico por mucho que se cambiara el nombre tras perder a la poca familia que le quedaba. Su origen es más bien Húngaro, aunque nació en una ciudad que hoy le haría rumano. Tras la caída del Imperio Austrohúngaro después de la Gran Guerra el mapa de Europa sufrió una transformación como no conoció hasta la caída del muro de Berlín. Eso hizo que Jonathan no supiera muy bien cuáles eran sus raíces, de hecho consideraba que era una virtud el no tener raíces a las que acudir. En cierto modo, decía, era como haber sido soldado de la antigua Grecia y llegar a la batalla desembarcando en una isla sin posibilidad de volver atrás porque te habían quemado las naves para hacerlo, así sólo cabía una elección: vencer o morir. A Jonathan le quemaron las naves al nacer, una al poco de hacerlo, la otra la llevo tatuada en la mochila desde que supo que aún vivía. 

Te contaré la historia de qué paso cuando vino al mundo como se la contaron a él hace muchos años. 


Invierno de 1.918. A los pies del monte Ararat. Ereván. Armenia.

- Miklos, ¿Puedes oírme?. ¿Sabes dónde estás?
- ¿Johan?
- Sí, soy yo, hermano. No te muevas. No hagas esfuerzos. Es importante.
- Johan, ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Julia? ¿Y Nicolás? ¿dónde están?
- Están bien, no te preocupes. Ahora debes cuidarte. Has estado dos días inconsciente. El doctor me ha dicho que no te pondrás bien si no te dejas cuidar. Por favor, no hables y escucha, es muy importante lo que tengo que contarte.
- Johan, dime lo que sea... nada puede ir a peor.
- No hagas esfuerzos, por favor. Miklos, necesito que escuches con mucha atención.

Johan quería ganar tiempo. Sé quitó lentamente las gafas cómo si aún tuviera cristales que limpiar. Le costaba fijar la mirada en la de su hermano menor. Tal vez si pensara con más claridad, si le quedaran fuerzas, podría contarle la verdad. Pero cómo decirle a un moribundo que nunca más vería a su mujer y a su hijo recién nacido. Necesitaba ganar tiempo. Acerco sus manos a las de Miklos. Las aferró con fuerza. Como si pudiera decir con sus dedos lo que no podía decir con los labios. Miklos tenía la cara de su padre. Afilada, firme, con la nariz robusta de la que tanto presumen los Petrius. Los valientes Petrius. Los apátridas. Nacieron húngaros pero morirán rumanos. Lejos quedan las cacerías por la querida Transilvania. La visita obligada a los neveros de la familia. Las fiestas y los bailes en la amada Brasov.  Parece que ha pasado más de una vida desde que empezó la Gran Guerra. 

El padre de Johan y Miklos, Mircea, nació en Pest, como le gustaba decir. Se crió en ese lado del Danubio. Solía decir también que no había nada más hermoso que ver atardecer desde el puente de las Cadenas que une Pest con Buda. Tal vez lo dijera porque fue allí donde conoció a la que sería su esposa, Marie, asomada al Danubio, una tarde de marzo de 1.863. 

Cada vez que ella visitaba Budapest se paraba en la mitad del nuevo puente. Solía ir sola porque decía que allí fue donde su familia se ahogó y le hizo probar el sabor de la soledad después de la gran inundación de 1.839. Ella acababa de nacer un año antes de la crecida del río. Su familia desapareció por completo. A ella la encontraron en un cesto. Como a Moisés, le decían. Junto a la orilla del Danubio, envuelta en mantas y pieles. Una familia transilvana amiga de sus padres la encontró y la cuidó. Esa era su historia. La tragedia se llevó su pasado. Tenía amnesia familiar. Lo poco que llegó a saber de su familia, nunca supo qué tenía de cierto o inventado. Si se lo decían para que sintiera que una vez tuvo padres en lugar de venir, como un milagro, de un río herido. Y cada vez que se asomaba desde el puente de las Cadenas y miraba la respiración del río bajo sus ojos sentía que la memoria de sus seres queridos le acompañaba y daba sosiego, era un ritual necesario y privado que acostumbraba hacer a diario. A Mircea por entonces le gustaba escaparse a pasear por la ciudad que le vio nacer y gastaba ideas mientras caminaba junto al Danubio. Le ayudaba a organizarse, como si el sólo hecho de pisar las calles de Budapest dibujara paso a paso un mapa en su cabeza en el que todo cobraba un sentido lógico. Ese tipo de sentido que no admite ser rebatido, un hecho que existe, no cuestionable, sólido. Le gustaba mucho esa sensación de seguridad serena que le acompañaba al caminar. Así fue como conoció a Marie. Paseando por el puente de las Cadenas. Ella formaba parte de toda la seguridad que alimentaba sus paseos. Cada vez que Mircea caminaba, lo hacía a la misma hora y aunque en ocasiones cambiaba su ruta, lo que era inmutable y nunca dejaba de hacer era ver el atardecer desde el puente. Y lo que también se sumó a esa experiencia que le sosegaba era esa persona asomada al río con la que siempre coincidía. Se acostumbró a verla allí, con la mirada lejana, le resultaba interesante, pero no se atrevió a hablar con ella por no interrumpir su momento y tal vez, también el de él. Con el tiempo olvidaron quien dio el primer paso y si se dijeron algo o sonrieron o si sencillamente dieron por hecho que tenían demasiado en común, así, en silencio, viendo el río pasar, como si temieran descubrir si fuera de ese puente también podrían coincidir. Así ocurrió, con la inevitable naturalidad de la pasión que une. Sintieron el hechizo del puente sobre el Danubio y sintieron como les unía con una pasión que se escapaba a todo lo que hubieran llegado a conocer. Se dejaron guiar por esa pasión, como el agua del río se dejaba guiar por la corriente. Mircea y Marie tardaron poco tiempo en enamorarse y un poco más en conocerse. Marie pasaba temporadas en aquella época cerca de Brasov cuidando de la familia que le salvó la vida. Y Mircea compaginaba la administración de sus tierras a las afueras de Brasov con sus reponsabilidades políticas en el recién nacido gobierno austrohúngaro. Fueron años convulsos y felices en los que tuvieron dos hijos, Miklos y Johan, quienes heredaron los títulos de la familia y también el hambre de conocimiento que tenían los Petrius.

- ¿Me oyes Miklos?
- Sí.
- Bien. Esta es la situación. Al parecer tienes una infección que los doctores no son capaces de controlar. Dicen que no respondes al tratamiento habitual y que no te baja la fiebre. Tus riñones no funcionan como debieran y tienes un alto riesgo de estar sufriendo una necrosis en el páncreas.
- Johan, hermano, por Dios, traduce lo que me cuentas.
- Todo es un poco extraño. Pero probablemente has estado expuesto a algún contaminante externo que te ha dañado gravemente.
- ¿Te refieres a lo que estoy imaginando?
- Sí, Miklos. Lo siento.
- ¿Cuánto me queda, Johan? ¿Podré volver a ver a Julia? ¿Y conocer a mi hijo?
- No tengo respuestas. Pero te prometo que dedicaré mi vida entera en parar lo que está empezando. Tu mujer y el pequeño están bien. Dadas las circunstancias, lo más seguro es que permanezcan donde están. Tú tienes que descansar. Estamos haciendo lo posible por descubrir qué es exactamente lo que te pasa.
- Johan, ambos sabemos que lo que me pasa no es casual - acercó su mano hacia la de su hermano, lentamente, como un susurro -. Ahora debes cumplir una vieja promesa.
- ¿Me pides que arriesgue la vida subiendo esa montaña?- desde la ventana empañada se distinguía la silueta del monte Ararat.- ¿Nunca has pensado que tal vez fuera el sueño de un loco el que nos ha traído hasta aquí?. No te esfuerces en contestar, sabes que cumpliré la promesa.

Hacía frío en la habitación. Apenas queda un mes para la navidad. En la calle se respira agotamiento. Han sido años extraños. Los cristianos armenios parece que han terminado por claudicar. El gobierno niega el genocidio; controla los medios, la propaganda es una máquina poderosa que inunda cada mensaje que llega al pueblo. Los turcos  han aprovechado hábilmente la caída del Imperio Ruso. El mundo sigue convulso tras el fin de la Gran Guerra. Y su hermano se muere en silencio. Ajeno a lo que ocurre en el mundo, pero tal vez muera a consecuencia de lo que intentamos evitar. La montaña donde dicen que se hallan los restos del arca de Noé les observa a lo lejos. Y sin nada más que decirse. En privado. Cada cual a su modo, en silencio, memorizó su adiós.

Continuará...

domingo, 26 de mayo de 2013

3. DESIERTO Y ORIGEN

Tomaré las riendas de esta historia. Temo que esta chica que me ha secuestrado haga barbaridades con ella. Y el caso es que es lista. Y atractiva. Peligrosa combinación la de mujer inteligente y atractiva. Y lo que la hace más inquietante no es que se sepa guapa sino que sea tan confiada. Le han encargado una misión trampa, sin premio. Ella fue la primera en ser avisada de localizar a Juan porque era la que estaba más cerca. En el fondo sabe que no es la única que lo busca. Le hacen picar el anzuelo de lo importante que es para la organización encontrar a Juan enviándole el maldito informe mutilado. Y con su buena intuición me llevó a mi y a las libretas de Juan. Lo de tomar prestado el móvil y el ordenador le llevará más tiempo de análisis y es muy probable que no le compensen los esfuerzos para entender lo que allí hay. Se que gustaría que compartiera el contenido de esas páginas del informe en las que se cuenta el proyecto que hace de Juan tan valioso. Y lo haré, descifraré los enigmas que encierran esas páginas, pero lo haré a mi modo. Te lo contaré desde el principio, desde el origen, desde ese bendito día en que mi primer amo me rescató del desierto. Soy solo una mochila vieja que se conserva bastante bien para su edad. Conozco buenas historias. Algunas tristes, otras hermosas, puede que tal vez otras las encuentres increíbles aunque todas son ciertas. Me fabricaron con el fin de ser un complemento militar para exploradores en África en la época de la primera guerra mundial. Y allí acabé muchos años, a la espalda de un soldado francés que se desorientó en el desierto mientras huía de varios beréberes que portaban sus turbantes azules con el orgullo de los auténticos Tuareg. Consiguió escapar de ellos el bueno de André, que así se llamaba el desdichado, pero no consiguió esquivar su fatal destino al norte del desierto de Mali en la primavera de 1.916. Murió sediento, mortalmente enfermo  y sólo, sin hallar la manera de hacer manar agua allí donde había palmeras. Escribió unas cartas de despedida que guardó cuidadosamente en uno de mis bolsillos antes de abandonarme a mi suerte junto a un fallido oasis. Tuvieron que pasar casi treinta años y otra guerra mundial para que me encontraran. Fue un explorador y antropólogo británico quien me rescató del olvido. Pensaba que tendría que haber agua cerca de esas mismas palmeras. Primero encontró los restos del desdichado francés bajo un metro de arena y unos días después me halló a mi. Y ahí empezó todo. Me trató como si en lugar de un trozo de tela fuera una lámpara maravillosa, aunque el genio no lo llevara dentro sino que el genio fue quien me encontró a mi. Jonathan se llamaba mi buen amo. El mismo genio que en cuanto regresó a Europa lo primero que hizo fue localizar a la viuda del desdichado soldado y a la agradecida madre del antaño muchacho; a ambas les entregó el póstumo mensaje. Cumplió el último deseo de André. La mujer se había vuelto a casar y a enviudar, tenía un hijo y una hija. Al hijo lo perdió durante la ocupación alemana y la chica se enamoró de un apasionado resistente que la llevó a Argelia a vivir. Estaba sola en la casa que la vio nacer, toda la vida en el mismo hogar. Y ahora venía un apuesto joven británico que se presentaba como Jonathan a traerle un mensaje de su marido muerto, de su querido André. Lo que fuera que dijera la carta emocionó de tal manera a la mujer que con la mirada vidriosa reclamaba abrazos imposibles y agradecidos. No eran lágrimas tristes sino antiguas, pausadas; tenía ese tipo de llanto silencioso que reconforta. Le dio las gracias a Jonathan y le preguntó si también supo algo del compañero de André. Fue entonces cuando recordé que había otro soldado francés que fue capturado por los Tuareg. Me acuerdo más de su mochila que de él. Al parecer yo fui más afortunada. El azar de los humanos es fabuloso, creo que jamás dejará de sorprenderme. Fui yo la mochila que encontró Jonathan en el desierto, que le acompañó en su periplo por Europa y América hasta acabar en poder de Juan. Es con ellos con quienes he vivido aventuras increíbles y no fui concebida para estar con ellos. No teníamos ningún vínculo para estar juntos y lo estuvimos. Lo mismo les pasó a Jonathan y a Juan. No fueron familia y estuvieron juntos hasta que Jonathan desapareció dejándome con Juan. Y es ahora Juan el que desaparece; lo hace sin dejar rastro. Sólo le oí decir una palabra al teléfono y al instante apagó el ordenador y el móvil. “Pandemonio”. Eso dijo, sí; lo pronunció lentamente. Hacía mucho que no oía esa palabra que no significa nada para nadie más que para Jonathan y Juan. Era algo en lo que trabajaron tiempo juntos muchos años. También fue lo último que le oí decir a Jonathan, aunque esa es otra historia que tal vez cuente otro día. Ahora es importante dar con Juan. Es posible que sea la única que entienda lo que le ha pasado. Como es más que probable que no encuentre el modo de poder confesárselo a nadie. Y me temo que no sea nada bueno lo que pretende. Aunque desaparecer así, tan de repente, es un poco extraño. Se despertó temprano, se movía inquieto por toda la casa como lo haría un desconocido, apenas cogió algo de ropa, dinero y documentación y se marchó sin mirar atrás, sin siquiera llevarse la foto de ella... La que guardaba con el mismo cariño que me cuidaba a mi. Ambas fuimos regalos de Jonathan, cada una a su tiempo.

Fue un buen maestro Jonathan para Juan. Podría haber sido su abuelo y no lo fue, pero esa también es otra historia que tiempo habrá para ser contada. No fueron familia, decía, y fueron más que familia; Jonathan fue su mentor, su tutor, su mecenas. El padre moral del proyecto al que Juan le puso su nombre, el que hace que Juan sea tan buscado y que yo conozco desde su origen:


El proyecto Paybell.

Continuará
...

domingo, 14 de abril de 2013

2.- ANSIEDAD Y HUMO

¡Belén, piensa! Sigue la pista. La primera que intuyas. Cabalga sobre ella como un potro desbocado. Un principio es necesario. La gloria reside en las dificultades. Las hazañas se alimentan de adversidad. Sabes que si fuera fácil no te habrían elegido. La modestia no es una de tus virtudes. Eres inteligente. El informe está mutilado. No lo parece pero lo notas. ¡Piensa, Belén, piensa! Sabes que habrá otro informe sobre ti. Y que será menos impactante. ¡Joder con Juan! Es imposible que se sepa tanto de alguien. Se habla de todo menos de sus orígenes familiares. ¿No te parece raro? ¡Mierda, quieres ser escritora de informes confidenciales e inventártelo todo! Conoces a Juan. Bueno, es verdad, le conoces poco. Aunque después de saber tanto de él después de leer su archivo es como si te sintieras más cerca. Creo que si el leyera un informe como este sobre ti... Huiría. ¿Y si no es verdad lo que acabas de conocer? ¿Y si te están manipulando? Esta información vale mucho dinero si fuera cierta y la tienes sin haberla pedido. Sabiendo lo que saben de Juan, también sabrán que te están dando un poder que es difícil que gestiones como deseen. ¿Por qué te parece todo esto tan sospechoso? ¿Dónde nacen las dudas que me agobian? Hace unas horas le gritabas barbaridades al gilipollas de Miguel, ese aspirante a gigoló de despacho que tienes por jefe ¿y te compensa el agravio que le has dedicado con un maldito documento que vale su peso en oro? Necesitas una copa. ¡Qué coño! Ve a hacerte un porro. ¡Piensa, piensa, Belén! Eres lista, sabes que algo no cuadra. Tienes una información que, caso de ser cierta,  te aporta tanto valor como riesgo.  Valor porque si eres tan hábil  como te crees le podrías sacar un rendimiento inimaginable. Y cuando digo imaginable quiero decir... Incalculable. Y riesgo porque seguro que está protegido el contenido de lo que ahora conoces; con lo que, como chica inteligente que eres, te habrás imaginado que estás vigilada. Llena tus pulmones de humo y ata cabos, Belén. ¡Ata cabos!  Mierda, no te agobies, respira ¡Respira! Piensa. ¡Piensa! Un par de caladas más al cigarro y analiza la situación. Empieza por los hechos.
Juan ha desaparecido. Ese es un hecho. Y te han encargado localizarlo. Ese es otro hecho. Ahora bien, algo no cuadra. Si Juan es tan importante como parece ser, deberían poner todos los medios para localizarle ¿Y hacen que seas tu quien se ocupe de encontrarle? ¡Piensa, Belén, piensa! ¿Qué te dice tu intuición? Fíate de ella, en el pasado te ha sido de mucha utilidad. Eres buena anticipándote a los acontecimientos. Fuiste la primera en ver venir el incidente en centroáfrica.  El laboratorio consiguió salir indemne y el suceso no tuvo repercusión fuera de allí. Claro que eres valiosa, Belén. Eres una mercenaria sin escrúpulos. Se te da bien buscar y limpiar mierda. Calmas tu conciencia diciendo que el fin justifica los medios cuando sabes a la perfección que algunos medios no llegaron a buen fin. Como en aquel poblado africano del que nadie ha vuelto a oír hablar. Total, la gente muere de hambre, o por falta de medicamentos básicos, por imprudencias evitables, por catástrofes naturales. ¿A quien le importa lo que ocurra en África? Nadie sabrá nunca qué le pasó a aquella gente. Estaban enfermos de pobreza. Tenían poco que perder... Y lo perdieron. Algunas noches los recuerdos zarandean tu memoria diciéndote que no se tiene por qué ser infeliz cuando se es pobre; además existen muchos tipos de pobreza... Y de infelicidad. Es bien sabido que la pobreza, como la infelicidad, en ocasiones es más un sentimiento que una realidad. Quieres pensar que no fue real. Que no murieron todos. No tuvo que ocurrir así pero así sucedió. A veces en la vida es necesario correr algunos riesgos. Nadie recordará que los habitantes de aquel poblado no se presentaron voluntarios para aquel experimento. Las cosas pasan sin que uno haga nada para que pasen de otro modo. La verdad es que murieron. Y nadie les llora. La vida no vale lo mismo en todas partes. La de Juan, por ejemplo. La vida de Juan sí que es valiosa. ¿Por qué te acuerdas ahora de aquel horror? Hace mucho de aquello. ¡Piensa, Belén, piensa! Nada es como entonces. Tú no eres la de entonces. Eres más fuerte y lista desde que desconfías de todo. Una superviviente.
Necesitas una pista, Belén. Una pista para saber por dónde empezar. ¡Búscala! Tienes en la vieja mochila de Juan sus libretas, su ordenador y su móvil bloqueados. El informe habrá tiempo para analizarlo. Falta el principio, los orígenes. Y estás segura de que alguien lo conoce. Parece que el porro no ha sido buena idea. Si pudiera haría confesar a la mochila que contara su historia. Parece muy viejo este trozo de tela con cueros. Se parece a una de aquellas  antiguas mochilas que usaban los exploradores de hace un siglo. Tiene una desgastada inscripción en un idioma extraño “ապրում” y un  viejo parche de tela con una bandera que lleva dos escudos separados por tres franjas horizontales cosida junto a los tirantes; la banda superior es roja, la central blanca y la inferior lleva color rojo y verde diferentes a los pies de cada escudo. El pie de la izquierda tiene una corona real sobre un estandarte de color rojo, blanco y rojo. El escudo de la derecha tiene una cruz inclinada sobre su corona de seis puntas; varias franjas blanquirrojas presiden la siniestra del emblema y la imagen de una cruz de doble travesaño sobre un sencillo monte se sitúa a la diestra. Conoces esa cruz. La has visto antes. ¡Haz memoria!... Vuelve a mirar esa cruz. ¡Sí, claro, es la que se ve en la película “V” de Vendetta y que usaba el partido fascista. Te ríes al recordarlo porque cuando viste esa película reconociste la cruz porque Marilyn Manson la utilizaba desde hacía unos años en sus conciertos. Tomas nota de la inscripción y de la bandera para localizarlas en internet y resultan tener una explicación aún más interesante de lo que esperaba. El texto es armenio y significa “ella vive”. La bandera corresponde a la del Imperio austrohúngaro.  Y la cruz que aparece representada es la cruz de Lorena. Algo te dice que la mochila quiere contarte una historia. Descubres que este tipo de mochilas fueron usadas durante la primera guerra mundial por el bando alemán ¿Unas palabras en armenio junto a una bandera del imperio austrohúngaro en una mochila de campaña alemana que pertenece a un español del que un informe confidencial que tengo ante mi no habla nada de su pasado familiar? Sin duda la pieza está en un perfecto estado de conservación y parece auténtica. Esta historia es más complicada de lo que sospechabas. El cabrón de Miguel te quiere ocultar por alguna razón algo esencial. Además está lo que sabes de Juan o, mejor dicho, lo que quieren que sepas de él. Si conocieras lo que no te han querido contar sabrías por donde empezar. ¡Ojalá la mochila pudiera hablar!. Ve a hacerte otro porro. ¡Piensa, Belén, piensa!... Envenena tus pulmones de humo. Piensa... Y la mochila habló.

Continuará...

domingo, 31 de marzo de 2013

1.- DESAPARICIÓN Y TORMENTA

- ¿Cómo que no está?
- Miguel, te digo que se ha ido. No se ha llevado el ordenador, ni el móvil, ni las llaves. No encontré su documentación, pero la casa estaba como si alguien hubiera salido un momento con intención de regresar.
- No tiene sentido. Belén, ¡no tiene sentido! No es propio de él. ¿Has localizado a alguien que le haya visto?
- El móvil está apagado y el ordenador bloqueado. No puedo acceder a sus últimas llamadas y no tiene teléfono fijo.
- Alguien tiene que saber dónde está. ¡Necesitamos hablar con él! No quiero que vuelvas al trabajo hasta que descubras su paradero. Es más, tu puesto depende de ello.
- ¿Cómo que mi puesto depende de localizar a Juan? No acepto amenazas, mi trabajo no es hacer de niñera ni de detective. ¿Trabajo para un laboratorio o para el mossad?
- Cuidado con lo que dices. No estás en posición de hacerte la ofendida.
- Alucino con esto, Miguel. En serio. Alucino mucho. No debería estar haciendo esto.
- Mira, Belén. No te lo volveré a repetir. O vienes con Juan o no vengas.

Clic.

La casa estaba en silencio, como a la espera. Junto a la ventana del salón había un piano viejo. Me senté a pensar mirando los tejados de Madrid. Alrededor había libros colocados bajo una aparente lógica desordenada. Un cuadro sin enmarcar hacía de televisión ocupando el lugar frente al modesto sofá que estaba en el centro de la estancia. Era un paisaje nocturno de un acantilado en tormenta visto desde el mar; al fondo, en el cuadro, a la derecha, se intuye algo parecido a un faro tal vez abandonado. Me acerqué a mirarlo de cerca. Sí. Había un faro. Y al borde del acantilado había alguien que apenas podía distinguirse. Era un cuadro hermoso e inquietante. Tenía magnetismo, atraía. Si le mirabas de lado la luz cambiaba lo que transmitía y aún así había una poderosa personalidad en la fuerza de los rayos arañando las nubes. Había una extraña sensación de magia y drama en el ambiente. Si estuviera en un  museo me entrarían ganas de saber qué misterio habitaría detrás del lienzo, como en las películas. Tal vez la resolución de un enigma antiguo o la revelación de un secreto inconfesable. Decidí, divertida, palpar detrás del lienzo. Fue más un impulso que una decisión. Y para mi sorpresa topé con una hoja. En ella estaba el nombre del pintor con las galerías en las que había expuesto; la última fecha era de hace ocho años. Anoté su nombre, Héctor Launco, y el de las galerías que conocía. No me valdría para encontrar a Juan, eso seguro, pero me bastaba para saber más del autor.

No parecía la casa de un científico. Llevaba trabajando en la misma empresa que Juan tres años y apenas sabía nada de él. Su labor era diferente a la del resto. Encerrado en su laboratorio todo el tiempo. Las pocas veces que coincidimos por los pasillos, le encontré afable, educado y cálido al tiempo que tímido y discreto. Si te saludaba lo hacía de una manera natural y alegre; aunque,
despistado él no lo hacía siempre, más por ir en su mundo que por falta de educación, pero cuando reparaba en los demás les regalaba una hermosa sonrisa sincera. Aún así no se detenía a intercambiar palabras, desconozco si era consciente de la imagen que daba. Tenía fama de genio o eso se solía comentar de él, no sabría distinguir si lo decían con ironía o con admiración. Al parecer entre sus colegas le llamaban “Albert”. Lo hacían desde que transcendió que estaba investigando la manera de no solo leer la mente sino de grabar los sueños, entrar en el subconsciente y liberar bloqueos emocionales. Suena extraño, lo sé, pero he oído que al potenciar ciertas proteínas se pueden estimular los impulsos eléctricos que activan las neuronas, las sinapsis, y registrar el mapa cerebral que se activa y ello unido a un estado de hipnosis del sujeto permite entender el funcionamiento de los estados emocionales y ayudar a superar bloqueos psicológicos. Algunos decían que parecía más un filósofo que un investigador. Cuentan que una vez le preguntaron “Juan, ¿A qué te dedicas realmente?” y el contestó “aislo el patrón de la locura”. “¿Para qué sirve eso?” a lo que respondió “para ser feliz; eso es a lo que hemos venido al mundo”, y se marchó con una sonrisa.
Reconozco no ser la única que le encontraba cierto atractivo que posiblemente fuera provocado por su aire despistado e interesante. Definitivamente no parece la casa de un científico. Libros de neurociencia se mezclaban con novelas. Junto a un volumen de plasticidad cerebral descansaba el principito y un volumen gigante de Jackes Barzun llamado “Del amanecer a la decadencia”. El Quijote estaba entre un curioso libro llamado “678 monjas y un científico” y la biografía del músico Quique González. Con su música sucedía algo parecido. El “Brother in arms” de los Dire Straits estaba junto a un recopilatorio de Nina Simone y un desconocido “Andrés Suárez”.

¿Le habrá ocurrido algo? Son las doce del mediodía. Cuatro horas sin noticias de Juan. ¿Cuánto tiempo hay que esperar para informar a la policía de una desaparición? Bien pensado, es probable que todo tenga una explicación sencilla. ¿O eso sería mal pensado? Dejémoslo en que mejor pensado... Ahora nos encontramos en esta situación de tener que hacer algunas ilegalidades para entrar en su casa y tratar de encontrarle. Y cuando se trata de algo que se salga de lo establecido suele recurrirse a mi, cría fama… En el fondo del asunto, que no en la forma de la petición, el cabrón de mi jefe sabía a quién mandaba para encontrar a Juan. Soy buena en mi trabajo, no admito discusión sobre eso. Aunque hay personas que saben que no siempre he sido buena. Y ahí estoy yo, en la casa de Juan, del que apenas se nada, buscando pistas que me digan cómo dar con él. Con esta excusa empiezo a violar la intimidad de su hogar. Encuentro un libro de notas y lo hojeo al azar: “la inteligencia es hereditaria”, “la eficiencia de un cerebro se puede medir con magnetoencefalogramas”, “la máquina de sueños puede descifrar la mente”. Habían dibujos incomprensibles y una foto. Era de una mujer atractiva y un niño. En el reverso había una anotación “Otoño Zahora” así, sin año. Instintivamente me puse a mirar las fotos que había por la casa pero no reconocí a esa mujer en ninguna. Mi curiosidad iba en aumento. Dejé el libro de notas en su mesilla y abrí los cajones de su cómoda. Todo ordenado. Nada sorprendente. Cojo las llaves de la casa y salgo a tomar aire. Y ahí sucede lo sorprendente. Veo a Juan subiendo a un autobús. Corro, corro, corro. Grito. Me ve. Y su mirada no se sorprende, me ignora y se gira. Un escalofrío me recorre el cuerpo. No me ha reconocido. Me ha visto y su expresión era la de un desconocido. ¿Seré invisible para él? Me quedo bloqueada y tardo en reaccionar. Pierdo de vista al autobús. Demasiado tarde para coger un taxi. Demasiado estúpida para volver al trabajo. Un señor se me acerca.
- Disculpe señorita. ¿Ha perdido el autobús?
- He perdido algo más que un autobús. Mi futuro iba dentro de él.

Regreso a la casa de Juan. Mi ansiedad aumenta.. Veo una mochila vieja de tela. Parece abandonada. No tendría valor para Juan o si lo tenía, esa mañana decidió que no se lo daría. Decido tomarla como prenda, secuestrarla. Quién sabe. En ella guardo sus libretas, el ordenador y el móvil. Dejo una tarjeta de la empresa con móvil al dorso.  No digo lo que me llevo, tan solo que me contacte. Miro el cuadro por última vez y llamo a Miguel.


- ¿Qué has descubierto, Belén?
- Tenemos un problema, Miguel. Juan se ha ido y no piensa volver. Por cierto, ¿estuvo casado? ¿tuvo un hijo?
- No se si sabes lo delicada que es nuestra situación, Belén. El trabajo de Juan es vital para todos nosotros. Y sólo el puede acabarlo. El resto del equipo no tiene su talento. No importa el tiempo que te lleve. Puedes usar los recursos de la empresa para lo que necesites. Accede al sevidor de seguridad a un archivo que hemos preparado para ti. En él tendrás respuestas a preguntas que aún no te habías planteado. No hace falta que te diga lo confidencial que es todo este asunto.
- ¿Por qué yo, Miguel? ¿No deberíamos avisar a la policía? ¿No tiene algún familiar o conocido al que podamos acudir?
- Belén, lee el informe. Adiós.

Clic

Continuará...




domingo, 16 de diciembre de 2012

JOHN.P DESPEGA



¿Y si es un don el perder la memoria?
¿Lo imaginas?
Perder cualquier atisbo de prejuicios.
Olvidar ofensas, creencias, conatos de venganzas, delitos deseados e intentados, aquella vez que te falló un amigo, el día que te rechazaron por primera vez, lo que sentiste al enamorarte, lo que sufriste con una decepción, al perder a alguien querido...Tu familia, tus afectos... Tu todo.
Empezar de cero con un renacer de años expertos olvidados. ¿Cómo es posible que eso pueda suceder? ¿Le habrá ocurrido a alguien antes? Seguro que sí, no creo ser único. Pero y si los anteriores reaccionaron como yo y nadie se enteró; si ningún médico les diagnóstico cual era su mal o si habría tratamiento. He pensado en consultar con algún neurólogo pero he descartado la idea por temor a que me recluyan como a los ratones de laboratorio o, peor aún, me crean digno de estudio y me alienen, me droguen y acabe sometido a experimentos que me priven de una vida que todavía deseo vivir en libertad.

Siento la primera punzada de dudas. Sentado en la terminal del aeropuerto esperando la salida del vuelo a Montevideo. ¿Por qué no he intentado saber de mi pasado? ¿Tendré familia, pareja, amigos, trabajo...? ¿Qué sentido tiene que recuerde todo lo impersonal que he vivido y en cambio haya perdido mis vivencias, los sentimientos... Las emociones, las antiguas porque lo nuevo sí que está en mi cabeza? ¿Cómo es posible esta angustia repentina? Subo al avión sorprendido de que nadie se percate del malestar que me acompaña. He sido el último en subir, me esperan más de diez horas de vuelo cómodamente sentado junto a una señora que debe andar cerca de los ochenta años.

  • Buenos días, me llamo Pablo.
  • Mucho gusto, mi nombre es Lauren, como Bacall, pero mis amigos me llaman Aymara.
  • Un placer conocerla, Lauren. Espero que al terminar este viaje me haya ganado el derecho a llamarle de otro modo.
  • Me caes bien, joven. Desconozco el motivo por el qué me resultas simpático, pero he llegado a esa edad en la que los protocolos carecen de importancia. He despedido a tantos amigos con los que me quedé con ganas de decirles hermosas palabras que ahora me atrevo a decírselas a cualquier desconocido que me parezca agradable Y tú me lo pareces, ¿Pablo te llamabas, verdad, cariño? Como solía decir un viejo amigo: ¡Qué pronto se me hizo tarde!
  • Gracias por el cumplido. Usted también es bastante agradable. ¿Le puedo preguntar por qué le llaman Aymara sus amigos?
  • Es una historia larga Pablo.
  • ¿Más larga que atravesar el océano?
  • Hace tiempo que no la cuento. Pero si es de tu agrado la haría breve para ti, tiempo habrá para los detalles si llega el momento de los detalles.
  • Por favor. Me encantan las historias. Y más si vienen de personas interesantes.
  • Pues, Pablo. Cuando termine la historia, probablemente te habrás ganado el derecho a llamarme de manera distinta a Lauren. Pero antes quiero pedirte un favor ¿Me muestras tu mano izquierda?

Obedezco curioso y expectante, es la primera vez que me leen la mano ¿O tal vez, no? Encuentro divertida a Lauren y la observo atento mientras acerca levemente su mano izquierda sobre mi palma. En cuanto noto su roce algo cambia. No sabría explicarlo. Ella cierra los ojos sin decir nada y tras unos segundos que parecen minutos me mira fijamente a los ojos en silencio. Al principio parece que me quisiera reprobar y luego se centra en mi frente, acerca sus manos sin tocarme y me vuelve a mirar. Entonces me habla en un idioma extraño que desconozco y al acabar, me dedica un gesto cariñoso.

  • ¿No va a decirme nada que pueda entender, Lauren?
  • Te contaré la historia primero.

Como todas las historias, se trata de una historia de amor. Si, corazón, todo lo que ocurre se hace por amor o por su ausencia. Esta historia no es distinta, pero sí es mía. Es la historia de mi amado Aymara. Le conocí hace más de medio siglo. En realidad él no se llamaba Aymara aunque todos le llamaban así porque vivió en la meseta del Titicaca, entre indígenas del altiplano y aprendió a tocar el charango y a conversar con la Madre Tierra. Se hizo tan uno de ellos que le llamaron como a ellos. Tampoco era peruano, sino asturiano. Un buen hombre, médico. Vino solo a Perú huyendo de una España de postguerra de la que no quiso ser vencedor ni vencido. Llegó siendo médico y marchó convertido en chamán. Llegué siendo una turista uruguaya y regresé siendo su esposa. Nos enamoramos. Solo con mirarnos la primera vez bastó para llenar una vida; nos enamoramos, Pablo. ¡Qué generoso anduvo nuestro destino al reunirnos una tarde de mayo! Sufrí un maravilloso esguince de tobillo, un prodigio de lesión que fue largamente tratado por mi futuro marido. Con solo tocarme dejé de sentir dolor pero no se lo confesé jamás. Me miró con dudas de creerme, sin cuestionarme, como caballero que era. Creo que me eché a reír cuando le noté sonrojarse al mirarme a los ojos. Fue en ese instante que por fin oí a las flechas del amor silbar de júbilo al acertar con la diana. Y desde entonces fuimos uno. Tuvimos un hijo que nos ha llenado de orgullo y dos nietos adorables que volaron del nido hace poco. Lo demás fue lo de menos. Fuimos felices juntos como no imagino que lo haya sido nadie. Y su recuerdo me mantiene unida a él. Por eso conservo el nombre que le pusieron sus amigos como si fuera el mío cuando estoy con ellos, para seguir siendo uno. Aymara.

  • Es una historia preciosa. Me encantará oír los detalles.
  • Estoy segura de ello. Pero ahora tengo que decirte algo que puedas entender de lo que pasó hace un momento. No te he leído la mano. No tengo ese antiguo don. En cambio, he percibido algo en ti que no puedo compartir contigo. Tienes muchas preguntas que responderte y algunas, las más importantes, aún no te las has planteado. Lo único que puedo decirte es que no has olvidado. Tienes una oportunidad única delante de ti. Y encontrarás lo que todavía no sabes que buscas.

Sentí que estaba en otro lugar. Lejos de ese avión que me llevaba a un incierto destino. Acontecimientos imprevistos acompañaban mis días. Me dejaba guiar por sensaciones. Y la vieja Aymara, desde su misterio, me dio paz. En unas horas aterrizaría en Montevideo. ¿Será verdad que no he olvidado? Curiosa sensación la de experimentar como nuevos, sentimientos que tal vez ya conocía aunque no recordara. Y, de pronto, fugazmente, lo vi todo claro; como si hubiera recibido un fogonazo. El avión sufría turbulencias y mi corazón se aceleraba. Algo hizo click. En mi cabeza hizo click. En mi cuerpo hizo click. Si no había olvidado. Si aunque me fuera ajeno el pasado, menos el de las últimas semanas. Si a pesar de todo estaba de camino a lo desconocido desde lo que ignoro de mi. Es una oportunidad. Soy un afortunado. No necesito que me estudien ni que me digan lo que me pasa. Tengo la gran suerte de poder vivir el presente con la intensidad necesaria para no demorarme por prejuicios e inventar un futuro palmo a palmo. Llegaré a Montevideo y dejaré que la felicidad guíe mis pasos.