Ser o no ser... He ahí la fricción.
Me llevo mal con las coincidencias. Nunca las veo venir. Tampoco les otorgo un sentido. Puede parecer algo absurdo. Incluso hay días que hasta encuentro sentido a esos presagios con forma de oráculo. Y cuando estos días vienen... Preferiría que fueran cortos. Hablo desde la experiencia por la sencilla razón de que no sé expresarme desde la prudencia. El caso es que existen ciertos sincronismos en mi vida bastante evidentes para cualquier observador imparcial. El problema reside en que yo no soy un sujeto válido como observador imparcial y tengo que esperar un tiempo para entender el alcance de las casualidades que me suceden. Necesito compartir para entender; y aún así, tardo en entender y tardo en compartir. Tengo la opinión de que cada uno es más como le sienten que como se ve. Para serte franco, que no claro, no suelo creer a quien dice que se conoce bien a si mismo. Y para seguir con la sinceridad, acostumbro a sostener que las personas no cambian; como mucho, evolucionan.
Soy zurdo, ese es un hecho y un dato. Hay zurdos que pueden fingir ser diestros. Existen algunos que hasta fueron obligados a dejar de usar la “siniestra” desde que siendo críos les ataban la mano izquierda a la espalda para que aprendieran a usar la “diestra”. Y lo hacen bien, pero siempre serán zurdos, aunque lo nieguen, lo duden o hasta lo olviden. Ahora que lo pienso, uno viene de serie con su propia forma de ser y se pasa el resto de su vida o reconociéndola o potenciándola o ignorándola.
La gente no cambia. Yo no he cambiado. Sigo siendo zurdo. Y he cambiado el decorado de mis días, hasta los muebles y el entorno; puedo alejar recuerdos o personas y reinventarlos como desee. Puedo hacer todo eso, pero no cambiarme. No puedo ser quien no soy.
¿Y quién soy en realidad? ¿Cómo soy? ¿Soy más feliz? Por insistir con la franqueza, estoy seguro de que me siento mejor, estoy mejor... Ser (yo mismo) o no ser (yo mismo)... He ahí la misión.
Una vez que he compartido contigo mi personal reflexión sobre mi falta de comprensión del cambio personal, debo confesarte que sí creo en el cambio ambiental y en la capacidad de mejora y superación. Sólo cuando uno llega al límite puede llegar a conocerse, a saber de qué materia está hecho. En el amor y en la guerra, en la mesa y en el juego, de fiesta o funeral. ¿Quién no se ha sorprendido de si mismo alguna vez? No estoy cambiando mi entorno, ni eligiendo mis influencias por huir de nada, lo hago más bien por seguir creciendo y aprendiendo; por compartir y sentirme protagonista de un futuro imprevisible, por vivir con la responsabilidad de ser feliz para hacer de la felicidad una posibilidad creíble.
También he defendido que me llevo mal con las coincidencias. Será porque pienso que no solo las personas no cambian sino que el destino no existe y que algunas cosas pasan porque sí, sin mayor explicación que la manera en que se afronte la adversidad o la ventura. En ocasiones, puedo decir ante una casualidad, que es una señal, y que, como tal, habrá que interpretarse. Nunca lo digo en serio, me gusta provocar debates y aprender de la inteligencia de los demás. La idea que que estemos predestinados a hacer algo me resulta dolorosa. El que esa creencia esté instalada en muchas personas y la difundan con vehemencia llega también a asustarme. ¿Qué sentido tendría la vida si de antemano todo estuviera escrito? ¿Cómo poder aceptar que no elegimos las decisiones que tomamos en los momentos cruciales? ¿Por eso hay personas que hablan de universos alternativos e infinitos, tantos como dilemas a los que nos enfrentamos? Mi idea es más sencilla, más romántica. El amor es el que mueve al mundo, el que lo reinventa, lo conmueve y lo inspira. El que siente amor, puede decir que ha vivido. Cualquier clase de amor; incluso el amor propio. Desde que me quiero mejor, me quieren más. Desde que me quiero más, quiero mejor a más personas. El amor que no suma, no es amor. El amor que no nazca de uno está manipulado. No entiendo que se pueda querer a alguien más que a uno mismo y, dicho esto, entiendo que se pueda dar la propia vida por los demás. Y habrá quien llame egoista al generoso tendiendo a creer que tiene derecho, no solo a opinar sobre la vida de otros, sino a decidir sobre cómo deben vivir otros su vida.
No me importa que estés de acuerdo o no conmigo, me interesa que tengas tu propia opinión y no la herencia de opiniones de otros. Sí, lo confieso, aunque no me lleve bien con las coincidencias, contigo si me gusta coincidir.
Ser (auténtico) o no ser (auténtico)... He ahí...