miércoles, 17 de octubre de 2012

JOHN.P DESPIERTA

Acabo de olvidar lo último que olvidé. Me cuesta comprender que aún me sorprenda. Lo que sé es que mañana temprano debo estar en Montevideo. El billete descansa al calor de la vela. Intento recordar cómo llegué aquí. Bajé del autobús en Gijón, cerca de la playa de San Lorenzo. La brisa acariciaba la orilla y me acerqué a sentir como el mar me besaba los pies. Era primavera. martes. Cerré los ojos y pude oír como rozaba mis labios el aliento de los principios felices. Una idea abrazaba este momento. Casi parece que una voz deseaba instalarse en mi cabeza. Al girarme veo un cartel en un escaparate: “¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?”. Me acerco al cristal y veo mi rostro reflejarse sonriendo mientras la voz de mi cabeza responde al cartel... Mi primera última vez...

Alguien me toca el hombro.

- ¿Disculpa? ¿Puedes oírme?
- Claro - respondo.
- ¿Quieres entrar?  - sonríe.
- ¿Por qué no? -veo fotografías de lugares exóticos por todas partes y una mesa divertida en la que trabaja la chica que me invita a tomar asiento. Algunos folletos con atractivas ofertas están cómodamente alineados en la estantería del fondo de la estancia.
- ¿Quieres viajar a algún sitio en particular?
- No tengo dinero para pagarlo.
- No pareces ser de esas personas que no tienen dinero.
- Entonces supongo que necesito un trabajo. ¿Me ayudas a encontrar uno? - la chica sonríe y le brillan sus ojos verdes.
- ¿Qué sabes hacer?
- ¿Me podría ganar la vida sonriendo? - y dibujo en mi rostro una demostración de mis habilidades.
- Mi hermano necesita ayuda en su bar. Tiene de baja al socio. Aunque no se si podrá permitirse un empleado.
- No necesito un contrato, tan solo dinero - en el bolsillo del pantalón me quedaban treinta y tres euros, una American Express de la que desconocía su clave, el carnet de conducir; pasaporte en vigor de un tipo parecido a mi pero al que no recordaba, más joven, con el pelo más corto y con un nombre con el que no me identificaba.
- Déjame que hable con él y vuelve a la hora de cierre - su voz suena sincera.
- ¿Me dejas algo para leer?
- ¿Perdona? - dice sorprendida.
Me gusta leer y he olvidado traer un libro - respondo tranquilamente.

- Es tu día de suerte. Ayer un cliente se dejó olvidado uno. No dejó modo de contactar con él.
- Muchas gracias, supongo que tienes razón. Es mi día de suerte.

Era una vieja edición de un libro que escribió Benedetti: “Primavera con una esquina rota”. Tenía una original autodedicatoria escrita a lapicero escondida en la tercera página... “Amada Amanda, por siempre y desde siempre te quise y ni aún hoy te lo dije... (escrito para no olvidar ni compartir) Desde el camerino del Tinglado de Montevideo, abril de 1984. Pablo”.

Salí a la calle. Me senté frente al mar. Y empecé a leer con avidez, buscando el misterio que empujó a Pablo a escribir esas líneas. Investigando donde se encuentra el vínculo que le unía a Amanda. Disfrutaba del momento entregado a la aventura de que algo me sorprenda, cuando encuentro una página más gastada que el resto. Leo, releo y no entiendo el sentido de las palabras que me atrapan. Sin embargo, el rumor de las olas, la tarde despidiéndose del día, una pareja de enamorados paseando por la playa...

"La primavera es como un espejo pero el mío tiene una esquina rota
era inevitable no iba a conservarse enterito después de este quinquenio más bien nutrido
pero aun con una esquina rota el espejo sirve la primavera sirve"

 

A la hora convenida aparezco en la agencia de viajes. Me recibe la chica sonriendo.
 

- Mi hermano quiere conocerte. Por cierto ¿Cómo te llamas?
- Llámame Pablo - miento y sonrío -. ¿Cuál es tu nombre?
- Llámame Wilma - me devuelve la sonrisa y sospecho que también la mentira - Encantada de conocerte, Pablo. - extiende con gracia su brazo hacia mi y así tenemos nuestro primer contacto.

El bar resulta ser un local muy divertido lleno de paisanos que se pasan la tarde escanciando sidra, comiendo patatas al cabrales y todo tipo de platos que presumen de calorías. Enseguida me siento a gusto. Soy la novedad. Hago todo lo que me piden y lo hago contento. El hermano de Wilma me comenta que no puede contratarme pero que le vendría bien una ayuda mientras su socio se recupera y me pregunta por cuánto estaría dispuesto a trabajar. Entonces lo vi claro. Tan solo necesito un lugar donde tumbarme, algo que comer y que el dinero no es prioritario. Si te parece bien, le dije, puedo trabajar para ti hasta ganarme un billete de avión a Montevideo. Sellamos el acuerdo brindando con orujo de miel. Festejamos que ambos salíamos ganando.  Y así fue como unas semanas después me dijo que necesitaba mi nombre completo y número de pasaporte. 


Le entrego el pasaporte y se ríe al descubrir mi verdadero nombre. Brindamos de nuevo por los motivos para ser como cada quien siente que es y, añado, brindemos también por la felicidad, donde quiera que esté... Y en cualquiera de sus formas.

Cuando Wilma entra, nos observa desde la cima esmeralda de su mirada, en ese instante siento que la veo por primera vez. Pide un vaso y brinda.

- ¡Por la felicidad! - nos guiña un ojo y le regalo un beso - ¿Ya estáis borrachos?
- Menos de lo que parece pero más de lo que tolero - dice su hermano -, así que si me disculpáis os dejo a ambos en buena compañía. Hablamos por la mañana.
- Descansa, amigo - le contesto y mirando a Wilma, añado -. No recuerdo haber estado borracho nunca.
- ¿No tienes límite? - vuelve a sonreír.
- ¿Acaso existe? Hace falta toda una vida para aprender a vivir al límite de los límites. De hecho, vivir sin límites no te alarga la vida pero sí la llena... ¿Demasiado vivir la vida en un par de frases, Wilma?
- Eres un tipo extraño y eso te hace interesante. Lo sabes bien. ¿Algún día me dirás cómo te llamas, Pablo?

Me acerqué a su oído como para susurrarle algo. Demoré ese momento para memorizarlo. Y a modo de respuesta, le besé la mejilla y me marché a pasear por las calles de Gijón.

A la mañana siguiente recibí el billete de ida a Montevideo que me había ganado trabajando. Viene a mi el reclamo de la frase del escaparate que vi nada más llegar a la ciudad: “¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?”. Reconozco la sensación de los principios felices y decido compartir con Wilma conceptos que no caben en palabras. Pasar el día juntos. Hacernos futuros viejos amigos.

A la mañana siguiente me despertó una idea feroz. Para todo hay una primera vez, incluso para la última. La imagen que me devolvía el espejo se acercaba más a la de una primera última vez. No volveré a tener un día como el de ayer. Ahora sé lo que es amanecer después del día más feliz. En unas horas, pocas, marcho a otro lugar, con otro mar; a dormir bajo otras estrellas. Apenas está amaneciendo y ya empiezo a cuestionarme lo que quiero, lo que debo o debo hacer. Wilma sigue dormida, jamás vi a nadie descansar sonriendo. Como si estuviera soñando con bailar claqué. Y aún será mejor cuando vuelva a subir las persianas de sus ojos verdes. ¿Sonreirá cuando le diga que me marcho? El billete descansa en la mesilla junto a la vela que encendimos anoche mientras olvido lo último que olvidé.

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