martes, 21 de diciembre de 2010

EL INDULTO DE LA LANGOSTA

¿Mi mejor cena? La de mi primer plantón. El día que indulté a la langosta. 
Le llevaba ya casi dos martinis de ventaja a Inga, superando a golpe de aceitunas la evidencia de una velada huérfana de emociones. El camarero, en una demostración de absoluta profesionalidad, me sirvió otra copa, la tercera, la de la sabiduría. Ah, me supo especialmente bien. Con un ligero acabado arenoso en el paladar. A eso lo llamo yo, fidelizar a un cliente en crisis. Empezaba a sentirme mejor, menos confundido. En ocasiones como esta, puedo disculpar que haya personas a las que les guste beber. Lo que sigo sin entender es que a alguien le guste beber a solas. Es cierto que yo estaba bebiendo, con éxito incluso, pero no lo hacía por gusto, tenía un objetivo: enterrar en lo más profundo de mi memoria, aquella desagradable sensación de reciente abandono. Aún así, no estaba solo. Estaba rodeado de mesas repletas de personas odiosas que hablaban entre si en voz baja, cuchicheando su aparente, penosa y espero que poco duradera felicidad.  Mi apetito se batía en retirada al tiempo que mi oído potenciaba un desconocido y curioso talento para escuchar la conversación de las mesas que envolvían mi soledad culinaria. Debo reconocer que sí, que lo hice. Escuché todas las conversaciones que pude desde mi delicada y poco disimulada posición. Pero también es justo reconocer, que fue en legítima defensa. Todo el mundo podía oír mis silencios y leer mis huellas en el talle de mi copa. Me sentía observado, lo confieso. Y mi instinto  reaccionó por mi, encontrando el modo de convivir con esa presión. Sí, aquel nuevo súper oído mío lo dio todo por la causa de no dejarme a solas. Y como sin querer, pero queriendo, mi súper oído se dejó seducir por la tentación de centrarse en la conversación de la mesa próxima a mi siniestra.
- ¿Cómo que Teresa ha dejado a Sebas? - Dani no salía de su asombro - Eso es como si Woody Allen repudiara de Diane Keaton.
- A ver, Dani. Woody Allen jamás se casó con Diane Keaton. Nunca podría repudiarla. - Contestó Suso.
- ¿Y eso qué más da? Se llevaban bien. Seguro que tendrían sexo ocasional y no discutían. Vamos, lo que se dice una relación normal. El matrimonio está sobrevalorado.
- Dani, cuando te pones cínico, me pregunto por qué te sigo queriendo - Contestó Suso, mirando a Néstor, buscando un poco de ayuda.
- Es muy fácil - dijo Néstor -. Teresa le comentó  a Sebas que oía la llamada de la madre. Y Sebas le pidió que no descolgara.  Conclusión. Que Teresa le preparó las maletas como quien rellena un Sudoku. Con mucha lógica pero con poco orden para el que no está iniciado en el tema.
Mientras apuraba mi martini de la sabiduría. Fingiendo que no estaba atento a una historia casi familiar, sentí un extraño arrebato de solidaridad y le pedí al camarero que me dijera si le quedaba la última ración de algún plato exquisito. Y me dijo que tan sólo le quedaba una langosta. Un ejemplar admirable, por cierto. Que me acercara al acuario, por si deseaba comprobar su estado. Pero la conversación me tenía atado a la silla y demoré en exceso la decisión de saludar a mi presa, la langosta.
- ¿Y cómo está Sebas? - preguntó Suso.
- De momento, viviendo en mi casa - contestó Néstor - Pero se lo puedes preguntar tú  mismo, que debe estar al caer.
- ¿Pero va a venir? Pensé que estaría eligiendo la ventana de la que saltar - Dani no salía de su asombro, ni de su macabra sensibilidad.
- En serio, Dani. Háztelo mirar. - el que habló fue Suso, aunque en la mirada de Néstor había consenso.
Aproveché que el camarero les estaba sirviendo un espectacular arroz con Bogavante, para acercarme a la milla verde de la langosta. Allí estaba ella, indefensa, derrotada, con las pinzas atadas por una sencilla cinta blanca. De repente, no pude hacerlo. El darle así la puntilla. Era cruel. Demasiadas desgracias para sólo una noche. Mi primer plantón. La ruptura amorosa de mi aún ausente vecino de mesa. La langosta, con el dorsal puesto, lista para su triste gran final. Sólo un gran gesto podría cambiar el rumbo de los acontecimientos. Llamé al camarero y le pedí que me preparara la langosta. Para llevar, le dije. A ser posible, viva. Gracias.
- ¡Mirad quien entra! Pero Sebas, amigo. Llegas justo a tiempo. Que ahora empieza lo bueno. - Néstor hacía lo que podía por parecer sincero.
- ¿Sabéis lo que os digo? - todos miraban a Sebas con expectación - 
¡Que sois lo más grande que me queda! Casi tanto como la langosta que he visto en la entrada y a la que le voy a dar el pasaporte.
- Mala suerte la tuya, Sebas. Por ahí se lleva tu langosta el triste ese que teníamos en la mesa de al lado. Si es que, cuando la racha es mala... - El bruto de Suso, si no lo dice revienta.
Lo más dignamente que pude. Salí del restaurante con mi indultado cómplice. Cuando llegue a casa, la pondré en el acuario. Un buen escaparate. La llamaré Inga. Todo un lujo, mi langosta.

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