Un buen amigo me dijo una vez :
“Fíjate si será mala la vanidad, Paulo, que a veces pienso que todas las mujeres me admiran. Y lo encuentro razonable”.
Me conocía bien mi amigo saxofonista que terminó sin serlo tanto. Sabía lo que me gustaba. Fue al único al que le confesé mi enfermiza timidez para seducir a la mujer que me gustaba. lo que no alcanzo a comprender de ninguna manera es como, conociéndome tan bien, se atreviera a cometer la vileza, la mezquindad, la deslealtad de usarme como lo hizo, de tentarme, de robarme lo que jamás debió pertenecerle: mi talento.
Por entonces yo era un hombre de costumbres sencillas. Tocaba el piano desde hacía años en un antro del barrio viejo. Canciones de jazz, homenajes a Thelonious Monk, a Oscar Peterson, a los más grandes. Aprendí al escucharles. Ellos me inspiraron. Incluso grabé algún vinilo siendo joven que tuvo cierta repercusión entre los que se llamaban entendidos. En aquellos tiempos lejanos conocí a la mujer de mi vida. Y ella se enamoró de mi. Venía cada noche a oírme. Y, como cada noche, al iniciar las primeras notas de “round about midnight”, le guiñaba un ojo y ella sonreía bajando la mirada y cruzando sus piernas en dirección a la cola del piano. Era el mejor momento del día. Sentía que en esos instantes un hilo invisible nos unía y nadie podría separarnos. El sonido dulce de las notas imposibles que se sucedían. El humo del local que nos envolvía. Todo el ambiente estaba conspirando para que nos amaramos. Fue entonces, en ese instante de una de tantas noches, cuando mi buen amigo, sutilmente, se acercó al piano y me susurró al oído: “Paulo, tengo una oferta para ti”. Cuando dejé de tocar. Cuando el local se vació. Cuando ella se marchaba con esa sonrisa traviesa que me regalaba en cada despedida. Sólo cuando todo esto pasó, fui a hablar con mi amigo.
- Paulo, hoy has estado mejor que nunca. En serio. Deberías tocar más tus composiciones. El público vibra con ellas.
- ¿De qué oferta me querías hablar? - le interrumpí.
- Hombre. Tomemos algo antes. Habrá que celebrarlo.
- Estoy cansado. No tengo tiempo para perderlo con viejas promesas que ya me conozco.
- Hay algo que nunca te he contado - de un trago, apuró su copa y continuó con renovada energía -. Cuando yo tenía tu edad. Sí, no pongas esa cara. Cuando era joven, Paulo, tocaba el Saxo. Viví en New york. Toqué en el Club Onix, el de la Calle 52. Hasta principios de los setenta. Sí, Paulo. Aunque no te lo creas. Estuve ahí, el día que Thelonious Monk tocó por última vez la pieza que tan bien interpretaste hoy. Ese día. Le hice la misma oferta que hoy te quiero hacer a ti -
- No te creo, viejo amigo. Ya no te creo - algunas promesas caducan, otras se olvidan, la mayoría nunca supe qué fue de ellas.
- Escucha Paulo. Sólo te lo preguntaré una vez. Como hice con él, con tu admirado Monk. Tengo una oferta que te puede cambiar la vida. Si la aceptas, no podrás retractarte jamás. ¿Quieres oírla?
Recuerdo cada palabra como si viviera anclado a esta conversación, dando círculos sobre ese momento hasta hoy. Quería irme de allí. Encontrar a mi amante más fiel. Decirle con palabras lo que sólo le había dicho con las manos, cada vez que venía a verme al club. Hacía tiempo que dejé de ser una joven promesa. Empezaba a ser un pianista más. Lo único que conseguía hacerme sentir especial era la forma en que ella me miraba al tocar. Como si conectáramos en un mundo privado que daba sentido a nuestras vidas. En realidad, en eso pensaba cuando le contesté a mi amigo.
- ¡Qué demonios! Dispara de una vez. Total, con no aceptarla... Tan amigos ¿Verdad?
- Claro. Claro... Buena decisión, Paulo.- Mi amigo sonreía extrañamente -. Buena decisión.
- Tu dirás - el excepticismo se alió con la curiosidad, mala mezcla para un nostálgico-.
- Paulo. Si te dijera que podría concederte un deseo. Un único deseo. ¿Cuál me pedirías?
Apenas pude contener las carcajadas. ¿Qué se había creído que era este hombre? Me caían lágrimas con sabor a humo. ¿Pero qué broma era esta? Demasiado alcohol para su edad. Pobre. Era cuestión de tiempo que perdiera la cabeza. Lo que quedara de ella.
- Pues mira. Esa sí que es buena. Fumas demasiada hierba amigo. ¿Lo siguiente qué es? ¿Que hablas con las plantas? ¿Que dominas el “clorofilo”? ¿Te caíste en la mármita que inventa genios que salen de saxofones?
- Te puedes reír todo lo que quieras. Pero, Paulo, eres un privilegiado. Tienes un don y tu don te ha concedido un deseo. Yo también tengo uno. Bien lo sabes. Y si no lo tienes claro, te lo cuento ahora: puedo seducir a la mujer que desee. Incluso a la que tanto te admira, a esa belleza con la que no te atreves a hablar cuando bajas el telón de tu piano - el silencio hizo cobrar fuerza a sus palabras; sabía que me había captado la atención - Esta es la oferta. Pídeme lo que quieras. Lo que más desees. Y si estás dispuesto a pagar el precio que pida por ello, te lo concederé. Como hice con Thelonious.
Reconozco que estaba intrigado. Sé que Thelonious dejó de tocar a principio de los setenta. Sin dar explicaciones. Era una leyenda que circulaba entre los amantes del jazz. También recuerdo que unos años antes de retirarse contrató a un saxofonista. ¿Cómo se llamaba? Bah, ¡qué importa! también se murió, creo. ¿O no se murió? Esto me estaba volviendo loco. Mi amigo me estaba tomando el pelo. Por cierto. ¿Cómo se llama mi amigo? Nada tiene sentido. ¿Porqué no acepté ese trago?
- ¿Sabes lo que pienso?
- Dime.
- Que hace años que te conozco y no recuerdo tu nombre. Conozco tu apodo pero no tu nombre.
- No te preocupes demasiado, Paulo. A veces, a mi también me pasa. ¿Y tu deseo? ¿Lo quieres o no?
- Cuando uno tiene poco, amigo mío. Tiene poco que perder. Total, lo más que puede pasar es que no se cumpla. A por ello. Acepto - el cansancio es mal consejero, pero entonces no lo había aprendido-.
- No tan rápido. Paulo. Tu pide. Y te pongo un precio. Si aceptas el precio, te concedo el deseo. ¿Trato hecho?
- Trato hecho – mi voz sonaba firme, pero sólo era fachada, una fachada diminuta y pobre-. Quiero conocer a la chica que viene a verme todas la noches. Y pasar el resto de mi vida con ella - lo dije con más hastío que convicción, quería terminar con esa broma. Ya estaba dicho. ¿A qué venían entonces tantos nervios, tantas dudas? Nunca dudaba cuando buscaba las notas que seguían a una melodía. Aparecían, sin más. Con las palabras, nunca me pasó lo mismo-.
- Es fácil. Eso puede pasar. De hecho podría pasar sin necesidad de gastar tu deseo. Pero si es lo que quieres, lo entiendo. Ahora. El precio a pagar, Paulo. El precio será tu talento. Tu cobarde timidez te costará tu don - su sonrisa semejaba a reto, a calculada provocación, al último juego de una noche aciaga en la barra de un bar-
- ¿Mi talento? Pero si apenas me queda. ¿Eso es todo? - tantas veces me hablaron de mi talento que la ausencia de éxito le había debilitado en los últimos años-
- Eso es todo.
Y no sin antes esbozar un último conato de duda, acepté. Por mi cabeza pasaba un futuro de pianista decadente, como el del Piano Man de Billy Joel. Y esa imagen se cruzaba con la mujer que amaba sin conocerla. El verla cada noche me servía de inspiración. ¿Se puede conocer a alguien por la manera de moverse, de mirar, sin cruzarse una palabra? Sigo sin entenderlo, pero acepté. Al día siguiente me atreví a invitarla a tomar algo después del concierto. En ese momento no recordaba el trato que había hecho con mi viejo amigo, o si lo recordaba, ese instante no dejaba de parecerme una curiosa historia de músicos venidos a menos en una noche de escombros. Lo cierto es que finalmente ella, la mujer de mis sueños, a la que tanto desee, la misma que me abrumaba con sus pestañas y despertaba toda la pasión que descansaba en mi piano, al fin fue mía. Y al principio fue genial, todo pasión, fuego. Cada noche venía a verme y notaba como la felicidad le iba restando sentimiento a cada melodía triste que interpretaba. No veía con claridad, estaba enamorado, pero poco a poco, sin apenas percibirlo, la música se desconectaba de mi y el público empezó a notarlo. Nuevos pianistas sin nada que perder arriesgaban en lugares que yo ya no habitaba y se hacían con el escenario.. Y un día me sentí una reliquia. Nunca fue igual. La magia había desaparecido. El talento desapareció. Y cuando noté la punzada de su vació recordé a mi viejo amigo del que había perdido la pista. Canjeé mi talento por amor. El viejo loco al que llamaba amigo me mutiló. Y yo acepté. Tal vez, igual que lo hizo el gran Thelonious Monk.
Ella y yo fuimos vulgarmente felices. No queda nada del joven pianista del que se enamoró pero aún me quiere y yo a ella. Nunca le he confesado lo que hice por atreverme a estar con ella. En parte por pudor, en parte por vergüenza, en parte porque no tengo del todo claro que todo aquello hubiera sido real. ¿Un saxofonista de jazz que se comporta como el genio de la lámpara? ¿o no era el genio de la lámpara? ¿La lámpara llevaría azufre?
Ella y yo fuimos vulgarmente felices. No queda nada del joven pianista del que se enamoró pero aún me quiere y yo a ella. Nunca le he confesado lo que hice por atreverme a estar con ella. En parte por pudor, en parte por vergüenza, en parte porque no tengo del todo claro que todo aquello hubiera sido real. ¿Un saxofonista de jazz que se comporta como el genio de la lámpara? ¿o no era el genio de la lámpara? ¿La lámpara llevaría azufre?
Aún hoy, cuando intento recordar el nombre de mi amigo, tan sólo me viene a la memoria lo que solía decirme: “ Fíjate, amigo mío, si será mala la vanidad...”.
La critica prometida.
ResponderEliminarLa historia se sigue bien y el narrador en primera persona ayuda a acercarla. Algunos detalles como el humo la hacen más vívida.
Sin embargo hay mucho peso de diálogo que podría complementarse con gestos y descripciones para meter aún más en ambiente. Además creo que algunas partes resultan algo artificiales. Es complicado escribir diálogos que suenen naturales, así que es normal. Pero por ejemplo, es raro que la gente repita mucho el nombre de la otra persona. Para que se siga con facilidad y no se pierda, puedes sustituir el que llame a Paulo, por cosas como "Paulo dió una calada a su cigarrillo casi consumido" o "El saxofonista (ahí le daría un mote concreto, que queda más propio)/seis dedos dio un trago de su whisky seco/Sonrió de forma /bajó el tono de voz", etc, etc. De ese modo facilitas el que el lector no se pierda y no hace falta repetir el nombre. También sirve para dar rasgos/gestos propios del personaje que en historias con más personajes ayudan a imaginarlo y a recordarlo.
Y hasta ahí la crítica. Espero no haber sido muy dura. ;)