Me secuestró en un lunes. Me puse nerviosa cuando se aproximaba. Vi cómo se acercó al tipejo que nos vigilaba a todas. Algo le debió decir que le gustó porque le vi sonreír. Tenía un rostro hermoso, apacible, vestía una sonrisa amplia con mirada despistada y barba de varios días de excesos. Llevaba un pantalón de pinzas color chocolate y la camisa blanca por fuera asomando debajo de la americana azul de lino que le daba un aspecto desarreglado. Los zapatos de ante, calcetines oscuros, a juego con sus ojos. El pelo demasiado canoso para lo joven que parecía. Se agachó para ponerse a mi altura y me hablo por primera vez.
- Hola bonita. Me han dicho que te has quedado sola. ¿Sabes? Yo también me he quedado sólo. Pero no me siento solo. Tengo una casa demasiado grande y demasiado vacía. Creo que te gustará y seguro que tú le gustas a ella. ¿Te parece una buena idea venir conmigo, verdad? Quiero adoptarte.
Así fue como llegué a su casa. Él me decía que me había adoptado. Mentía. Era tan sólo otro hijo de puta vicioso pero con cara de chico bueno. Haría conmigo como le hacían a las otras. Se tumbaría encima de mi viendo el canal playboy y ensuciándome con sus asquerosas fantasías. El muy pervertido. Me metió por la puerta principal sosteniéndome en sus fuertes brazos. No podía moverme, me tenía amordazada. Me puso en el salón. Sería un conato del síndrome de Estocolmo, pero me gustó. Tenía aspecto de ser un ático. Era un espacio luminoso con cuadros abstractos que debían ser del mismo artista. Grandes lienzos, cada cual de un sólo color con diminutas figuras que los salpicaban en un caos profundo e hipnótico. El cabrón tenía estilo. Me puso en una esquina y se me quedó mirando fijamente. Estaba francamente asustada. No entendía que pretendía hacer conmigo. ¿Sería un rico inmoral coleccionista de seres indefensos como yo? No decía nada. Sólo miraba. Se alejó hasta sentarse en un sofá de piel que había cerca del ventanal enorme que dejaba a su espalda un paisaje de tejados de edificios altos y modernos. De repente, algo me llamó la atención. Al principio parecía que era casual. Pero me fijé mejor. No, no era por azar. Era un efecto buscado. En todo ese enorme salón no había nada igual. Nada se parecía a nada. En un aparador blanco asomaban vasos y platos, fuentes, botellas. Ninguno estaba repetido. Nada estaba repetido. Todo era único. Ahora empezaba a entenderlo. ¿Era yo su nueva rareza? Cerdo asqueroso. ¿Qué se proponía hacer conmigo? Quedaría con sus amigotes. Se reirían e iría pasando de manos. Como hacían con las otras. Ya lo vi hacer antes. Nos trataban como a ganado. Algunas, las muy putas, parecían disfrutar con todo esto. Quería gritar pero no podía. Le oí decir algo al teléfono pero no se le entendía bien... “puede que te sorprenda, cariño... Sí, no vas a creértelo... En cuanto la veas... La reconocerás”. ¿Pero es que el mundo se había vuelto loco? ¿Un fetichista? Oí pasos desde otra habitación. Sonaban algo pesados. En cuento le vi entendí el motivo, llevaba algo en los brazos. ¡Maldito bastardo! Me tapó con una sábana. Se me acercó y me susurró algo que no pude entender y que yo interpreté como un “ahora vas a ser buena ¿Verdad?... Le vamos a dar una sorpresa a tu ama”. Osea, que era eso. Que la viciosa era una mujer. ¿Puede haber algo más asqueroso? ¿Le llamó “tu ama”? ¿Por qué cubrirme con una sábana? ¿Qué necesidad? ¡Si no podía moverme!
Sonó el timbre. Y el enfermo de mi secuestrador caminó hacía lo que supongo que sería el recibidor. Oí de lejos estallar un par de besos y algunos susurros. La zorra debía llevar tacones como martillos. Cada paso retumbaba como una amenaza. Su voz daba grititos preorgásmicos... “Ummm... Ohhh... Estoy excitadísima...” decía la muy puta. El dijo algo que no pude oír y ella rió. Sentía que alguien se acercaba. Veía una silueta debajo de la sábana y tuve la sensación que deben sentir los ajusticiados justo en el instante en el que le quitan la capucha antes de ahorcarles. ¿Y mi jodido último deseo? ¡No me merezco esto!
Estaba preparada pero lo peor. Pero no tenía ni la más remota idea que estuviera tan equivocada. Lo que pasó cuando me quitó la sabana. Lo que sucedió entonces cambió mi existencia para siempre. Hubiera sido mejor no haber nacido nunca. De hecho, fue aún peor. Fue como si nunca hubiera existido a pesar de haber estado en este mundo. ¿Que qué paso? Se acercó con su elegante vestido de Carolina Herrera que le quedaba como si hubiera sido diseñado para ese cuerpo perfecto. Su melena rubia dejaba un eco de aroma a aire de Loewe. Y entonces habló. Habló con voz melodiosa llena de azufre. Habló no para mi aunque lo hizo delante de mi. Como si no se estuviera dirigiendo a mi. De hecho, no se dirigía a mi aunque me estuviera observando. Entonces fue cuando me partió el corazón:
como me fuiste llevando, eh?, sos terrible
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