jueves, 30 de diciembre de 2010

LOLA

Era martes sin ser trece. Los pies nos buceaban hasta los tobillos en el borde de la piscina. Ella me habló con la timidez de las primeras veces. Acariciaba el aire con su pelo susurrante. No recuerdo nada de lo que nos contamos pero sí la canción que sonaba en un jardín cómplice cuando nos besamos. Aún ignoro si el momento nos eligió o la canción ayudó. Teníamos dieciocho años.  Nos quisimos con la verdad de los que no tienen nada que perder. No me preguntes cómo, pero aún así perdimos. Ella se fue esa noche. Lejos. A otro país con otro mar. Y quiero pensar que le fue bien. Yo me quedé. Y no me quejo. Quiero pensar que me va bien. Se llamaba Lola. Cada vez que vuelvo a escuchar a Duncan Dhu cantar ”Cien gaviotas” vuelvo a sonreír y me gusta la idea de que tal vez cuando ella la oiga también haga lo mismo. ¿Qué aprendí esa noche? Entonces no lo supe pero ahora logro entenderlo: escribir no da segundas oportunidades. Sigo tocando el piano. Estaba claro que Duncan Dhu no sabe ser buen presagio para amores longevos. ¿Se puede impugnar a la canción de un recuerdo?
Pasados veinte años... leo, luego escribo. La vela tiembla en la mesa. No la culpo. A mi derecha la guitarra se asemeja a una enorme pera mala. El tiempo me sabe a refugio y nostalgias. He vivido proezas anónimas que no comparto. Terminé dos libros que regalé a dos corazones que ahora están rotos. Y los libros han quedado  presos en las más altas torres del castillo de las decepciones custodiado por monstruos que me son hostiles. Puse un anuncio buscando princesas que mataran dragones. No es trece pero ya es martes.
Lamo las heridas que un erizo de mar tatuó en mi pie izquierdo. Soy optimista. Con menos dolor spiderman se convirtió en superhéroe. Quizá mañana me haga un traje de púas. Busco algo que no existe. Entro al salón. En la estantería encuentro el osito Paddington que me regaló mi hada madrina. Dentro de su hogar de papel, a sus pies está la corona del cava con que saludé a un nuevo siglo: “Kripta”. Así se llamaba la botella con que brindé hasta agotarla y en la que guardé un secreto que navega por el atlántico. Brebaje interesante para un aspirante a supererizo. Miro al piano. Ni rastro de mi talento. Enciendo el ordenador y recibo un nuevo mensaje del pirado de Jonathan Pluto. Parece de broma pero huele a revolución, tiene gancho ese loco. Me preparo para el fin del mundo. Invito a Inga a cenar por si es verdad de aquello que un clavo tapa otro clavo o se limita a seguir haciendo agujeros. 
La suerte existe, lo que me ocurre es que no acierto con ella. Me pareció entender de una mujer muy interesante que lo que me pasa es que tengo la “mente burda” dilatada, que eso es más común de lo que parece para los no iniciados en la meditación Mahamudra. Sin noticias del modo de mudarla en “mente sutil”. Creo que me han hecho budú y empezaron por los pies. Vienen a por mi. Debería empezar a desarrollar poderes de erizo. A lo mejor me disfrazo de topo. Puede que de topo me salve. Ya es miércoles. La suerte está echada. Recibo señales. El trece que viene sí que es martes. 
Debo encontrar a Lola para que sepa que habito desde años en un mundo paralelo... “hoy podrás beber y lamentar que ya no volverán... Sus alas a volar... Y cien gaviotas ¿Dónde irán?”... Hay un mundo mejor. En algún lugar existe otra vida que se merece mejores canciones para algunos recuerdos. Lola... Si estás ahí...¡Manifiéstate!

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