domingo, 19 de diciembre de 2010

LO QUE SE DE LOS FRACASOS Y LA PERPLEJIDAD

Si de algo me siento afortunado en esta vida es de mis fracasos. Monumentales odas a la derrota absurda y gratuita. Miro atrás y veo la fiesta de los errores... ¡Cuantos más errores, más fiesta! Con el tiempo he llegado a convencerme de que tal afición por las equivocaciones es un verdadero don. Pudiendo haber tenido una vida lo siguiente a fácil he optado por complicarla. Si tuviera que remontarme a mi primer revés o clasificarlos por orden de catástrofe no podría por menos que ser subjetivo y dejarme llevar por mi estado de ánimo a la hora de elegirlos. Creo que no es una buena idea que opte por la remontada. No puedo  cambiar lo que ya ha pasado aunque puedo depurar mis futuras decepciones. Un buen amigo me dijo una vez que hiciera lo que hiciese al menos tuviera un buen motivo para hacerlo. Lo que no me dijo nunca mi buen amigo es que cuando uno hace algo, por muy buena intención que se tenga, no significa que lo que haya hecho esté bien hecho.


La primera vez que me enamoré del amor tenía diecisiete años  y bastante constancia. Le fui fiel a la novia de mi mejor amigo durante cuatro años pensando que no estaban destinados a estar toda la vida juntos. Después de pasados más de veinte años, están felizmente casados, a pesar de acumular adorables retoños, y son perfectos ignorantes de lo que aquí confieso. Intentando aprender de mi error de apreciación sobre su futuro afectivo que me convirtió en un descreído del destino he llegado a entender que la causa de tan fatal desenlace viene dada por una fallida decisión previa. Estudié latín y griego en lugar de ciencias puras, por lo que no supe a tiempo en qué consistía le entropía. Efectivamente descubrí tarde que la entropía, según las leyes de la termodinámica, es aquella energía que no es aprovechable y no lo que significaba por su origen griego, que viene a ser una evolución o transformación... Gasté demasiadas energías en una tarea inútil. Pensé que su relación evolucionaría al fracaso. ¡Interpreté mal a Kafka!.


Existe la creencia de que de los fracasos se aprende. Y la creencia es cierta. Del mismo modo que también es una realidad la variedad de fracasos posibles. Acumulo decepciones que se suceden. He aprendido que suele haber una relación causal entre malas decisiones e imprevistas consecuencias. Una vez que acepté que no tenía sentido serle fiel a una relación unilateral y secreta cometí el no menor error de iniciar una relación con mi mejor amiga de entonces. Al mismo tiempo empecé a trabajar mientras estudiaba leyes sin éxito. Tenía veintiún  espléndidos  e hiperhormonados años. Estaba claro que no daba una a derechas. Llevaba una vida que no quería llevar y la llevaba con hombría. Hice lo que tenía que hacer durante los siguientes cuatro años...Esa era mi excusa. Fueron tiempos con demasiada entropía en mi vida hasta que leí a Confucio: “conocer lo que es justo y no practicarlo es una cobardía”. El día que cumplí veinticinco años dejé a mi novia. Rompí con todo. ¡Por fin! Esa decisión generó incertidumbre. Y como novedad, no para mi. Una nueva variante de la termodinámica entró en mi vida: la perplejidad. Otra constante que alimenta mis experiencias. Conseguí demostrarme que para que los cambios se den las revoluciones son necesarias. Lo que uno hace tiene eco. Y donde hay perplejidad no cabe la indiferencia.


Como hay consenso al respecto de que de los errores se aprende, debo reconocer que mi comportamiento ha facilitado que sea considerado una persona apasionada por el aprendizaje. Hice un master en conocimiento de los errores... Viví, conocí y me casé. Y todo lo hice sin mirar atrás. ¡Interpreté mal a Kipling!... “si puedes encararte con el triunfo y el desastre, y tratar de la misma manera a esos dos impostores... ¡Serás hombre, hijo mío!”.


Es posible que Dios exista aunque no tengo muy claro aún por dónde podríamos coincidir. Dios no se encuentra en mi catálogo de fracasos. No opinó lo mismo la mujer con quien me casé. Así que en  el fondo, que no en la forma,  la perplejidad vino a mi y con ella la decisión de romper mi matrimonio. Dios no fue el motivo, pero Freud ayudó. Soñé que Moises era nuestro terapeuta matrimonial y  aproveché a cuando separó las aguas de nuestras diferencias para cambiar de orilla, que no de acera. De nuevo se complica el entorno. La vida no tiene guión.


Cada vez que he decidido tomar las riendas de mi presente tengo la sensación muy próxima a la certeza de que en alguna otra vida fui una paloma y en esa existencia gasté mi gen de la orientación. Tomo las riendas con energía, pero la entropía no sabe de direcciones correctas.


Los fracasos forman parte de lo que soy. Están en mi naturaleza. Suman. Debo confesar que tengo la mala costumbre de presumir de mis fracasos. Y lo hago porque pienso que en los errores reside el secreto del éxito. Y ese sentimiento suele dejarme perplejo.

1 comentario:

  1. Vamos de fracaso en fracaso añorando triunfos que degeneraron en nuevos fracasos... con esfuerzo y sin rendirnos... copa en alto y sonrisa al viento, riéndonos de cada cicatriz. No sé si seremos más felices, y tampoco nos dolerán menos las caidas, pero nos habremos reído más. Y el estruendo de la risa es como el de las olas del mar, que lo llena todo...

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